Las historias de Julio Verne inspiraron las infancias de muchos de nosotros. Hoy siguen resultando fascinantes y su figura nos sigue deslumbrando por su creatividad e imaginación.
El submarino del capitán Nemo, las videoconferencias y los noticieros, las velas solares y el módulo lunar, el amerizaje desde el espacio, la publicidad en el aire, el helicóptero y hasta Internet; todas estas cosas vivieron en la mente de un hombre mucho antes de habitar la realidad.
Julio Verne nació en Nantes el 8 de febrero de 1828, su nombre completo era Jules Gabriel Verne Allote, abandonó la carrera de abogado que quería imponerle su familia para dedicarse a la literatura, donde, además, pudo volcar su profunda curiosidad por cualquier avance tecnológico, así como una asombrosa capacidad de trabajo, aun a costa de su salud.
¿Cómo nació esta pasión por los mundos lejanos, por el futuro y sus posibilidades en el padre de la ciencia ficción? Hay varias versiones, inspiradoras pero pedestres y seguramente verdaderas. También hay una encantadora, fascinante y probablemente apócrifa, pero en la que todos querremos creer.
Muchas historias, una pasión
Es innegable que una de las primeras fuentes de inspiración la recibiera de muy pequeño, cuando a los seis años concurrió junto a su hermano Paul al pensionado de la señora Sambain.
Esta profesora les relataba las historias de su marido, un capitán de barco que había zarpado de Nantes treinta años atrás. Ella lo imaginaba viviendo aventuras en exóticos países. El personaje principal de la novela ‘Mistress Branican’ es un homenaje a Madame Sambain, una de las pocas heroínas de Verne.
Estas aventuras imaginarias despertaron aún más la vocación marinera de estos niños, a tal punto que su diversión favorita era contemplar la descarga y estiba de mercancías en los muelles. De todos los barcos que veían, tenían especial admiración por el piróscafo, primer intento de navegación a vapor.
Otra influencia fundamental fue la del señor Bodin, boticario y librero, su gran colaborador. Bodin lo guiaba en sus lecturas de viajes y puso en sus manos las obras del Barón de Humboldt, los relatos de Marco Polo y de todos los viajeros famosos. Todo muy a pesar de su padre, el abogado Pierre Verne quien intentaba que los “libros peligrosos” no llegaran a su hijo. Afortunadamente para todos sus lectores, no tuvo éxito.
Desde muy pequeño se las ingeniaba para alimentar sus pasiones. Así lo demuestra su primera carta escrita en 1836, cuando tenía 8 años. La carta estaba dirigida a su tía y tenía errores de ortografía propios de su edad, pero demostraba su pasión por los objetos científicos.
Decía:
«Madame de Chateaubourg, 3er. piso en l’Orient
Te ruego que vuelvas a vernos, porque yo te quiero con todo mi corazón. Y además quieres traerme los pequeños telégrafos que tú nos habían prometido. (…) Adiós, mi querida Tía, no olvides los pequeños telégrafos, por favor».
El delicioso encanto de lo verosímil
Cuenta la primera biógrafa de Verne, su sobrina Margüerite Allotte de la Fuÿe, que, a los once años, Jules se fugó de su casa para embarcarse como grumete rumbo a las Indias, en un barco llamado La Coralie, con la intención de traerle un collar de coral a su prima Caroline de quien estaba enamorado.
La aventura quedó truncada como el amor, pues Jules fue capturado por su padre antes de partir. El joven aventurero recibió un duro castigo y debió prometer que, de allí en más, solo viajaría con la imaginación. Y vaya que lo hizo en sus más de 50 novelas y unos 20 cuentos.
Hubo que esperar hasta los años sesenta para que algunos estudiosos de la obra de Verne liderados por Charles-Noël Martin, descubrieran que la biografía escrita por Margüerite estaba plagada de invenciones, y que la mayoría de las biografías posteriores repitieron la historia convirtiéndola en una leyenda que la autora habría inventado para realzar la personalidad aventurera del escritor.
El mismo Verne confirma esta sospecha en Recuerdos de infancia y juventud, un ensayo que escribirá años más tarde, en el que el no menciona en ningún momento dicha aventura.