Darío Sztajnszrajber: «La filosofía no da certezas».

El filósofo reconocido por desacartonar la filosofía y acercarla al público masivo repasa cómo hacemos para manejarnos en un mundo en el que cambian los valores, los formatos, la manera de ver al cuerpo, al matrimonio, a la religión y al poder.


 

¿Crees que los de libros de autoayuda tienen algún punto de contacto con la filosofía y la gente está buscando respuestas en este material?

Creo que es al revés. La filosofía está en las antípodas de la autoayuda porque este tipo de libros brinda respuestas muy conductistas, mientras que la filosofía desarma y tiene un objetivo inverso que es generar mayor incertidumbre, resquebrajar la estabilidad de la certeza.

¿Por qué vamos en busca de algo que nos genera angustia o nos desestabiliza? Porque de algún modo desconfiamos de un mundo tan perfecto. La filosofía empieza no en una situación de crisis sino al revés: uno hace más filosofía cuando se encuentra con una situación de calma donde todo encaja donde debe hacerlo. En ese sentido la filosofía es muy paranoica. Cuando todo funciona correcta y perfectamente, es donde va con los botines de punta a pensar que, si las cosas se presentan de modo tan perfectito, algo se está ocultando.

¿Qué es lo que está pasando ahora en Argentina, en estos últimos años, con tu llegada al público? Porque quizá 10 años atrás, no existía ese espacio. ¿Hay más receptividad?

Sí, con muchas variables. Esta forma de pensar el sentido más desde la provocación o desde la búsqueda de la diferencia y de lo que no cierra, tiene que ver con un tiempo de apertura en el que parece haberse agotado el mundo de la certeza que terminó instalando una especie de absoluto sin la posibilidad de la contingencia de lo real. Se fue perdiendo el vértigo que también provoca saber que todo, en algún punto, no cierra.

¿Por ejemplo?

Nuestro mundo fue avanzando hacia parámetros de cada vez mayor productividad y eficiencia. El ser humano se fue convirtiendo en una especie de máquina donde los valores dominantes son otros. Lo existencial del ser humano no tiene lugar en una sociedad de la productividad, porque se vuelve un tipo de búsqueda fuera de todo criterio de ganancia. Sin embargo, también nos constituye en nuestro ser. Entonces, cuando un paradigma se totaliza, cuando la productividad se vuelve el único valor existente, me parece más que claro y obvio que empiecen a surgir formas antinómicas de proponer otro tipo de lectura de las cosas.

Es decir, la lectura filosófica para entender “algo más”.

Para reconciliarnos más con lo que no cierra, con la pregunta y no tanto con la respuesta. Creo que hay una tendencia del ser humano más «farmacológica» a tratar de anestesiar la angustia que provoca el sabernos mortales, finitos. Pero que al mismo tiempo hay otra tendencia a apostar por la libertad que genera ese mismo acontecimiento como ser saber que nacemos para morir.

¿Genera libertad aceptar que vamos a morir?

Puede suceder de dos maneras opuestas: desde una angustia que paraliza o desde una angustia liberadora. Siempre desde la angustia, porque nacer para morir genera angustia. Lo interesante es repensar esta zona de tensión que hay entre la filosofía, el psicoanálisis e incluso la medicina, con respecto a la angustia, sobre todo la existencial. No tanto como algo que hay que resolver sino al revés: como una instancia reveladora que desencaja un mundo en el cual todo está tan cerrado que causa sofocación.

Occidente fue muy hábil. Creó un mundo perfecto, verdadero y absoluto que no es este y entonces disuelve el temor a la muerte en la medida en que uno entiende que todo lo que haga acá tiene sentido en función de su llegada a ese más allá.

Yo creo que el que muere creyendo que se está yendo a otro mundo, probablemente puede tener una vida mucho menos angustiante que los que no sabemos a dónde vamos a ir cuando nos muramos. Esa angustia, para mí, atraviesa toda mi vida.

Pero mi diferencia con ese otro formato es que los que están convencidos de que se van a ir a otra vida, en esta vida no hacen otra cosa que todas las tareas, deberes y cumplimientos de normativa. En cambio, los que no sabemos, nos podemos dar el lujo de pasar por esta vida siendo un poco más leales a nuestro deseo. Que no es poco. Sobre todo, si después de la vida no hay nada.

Entonces creo que hay que desacralizar un poco el tema de la angustia negativa que provoca la muerte. Por eso para mí es importante recordarla todo el tiempo, no generar con ella una cosa de somnífero, de opio como decía Marx con la religión. No hay que negarla porque cuando uno la niega, uno se cree a sí mismo eterno y para poder perseverar en esa eternidad se vuelve como una maquinita que tiene que generar una serie de cumplimientos que en algún punto nos escinden de nosotros mismos. Yo prefiero recordar por lo menos una vez por semana que me voy a morir y ese recuerdo semanal me hace descomprimir muchas situaciones, sentirme más leve en el sentido de pelearme contra ciertos compromisos impuestos.

Hablaste de eficacia de los cuerpos. Hay una tendencia en la actualidad a ser positivos, a exponer la felicidad en las redes sociales, a influenciar a los demás con la “buena onda”. ¿Qué pasa con esos cuerpos que nos están mostrando algo que está maquillado, que no es genuino?

Hay una corriente que se llama la biopolítica que analiza de qué modo hoy las diferentes instancias de poder van directamente a lo que Foucault llamaba “el dominio de nuestros cuerpos”, para convertirlos en objetos económicamente rentables y políticamente dóciles. Foucault hablaba sobre el modo en que el poder busca normalizar ciertas prácticas y ciertas conductas. El ejemplo que das es un bueno para entender que nos corremos de esa idea más propia del siglo XX de la existencia de un poder central que ejecuta sus dominios. Hoy, como anticipó Foucault, está diseminado y se reproduce a sí mismo. Hay modelos de lo que debe ser un cuerpo bello que se imponen como si fuese el único y como si fuese algo propio de la naturaleza de las cosas.

Por eso, creo que la filosofía tiene que ayudar a desnaturalizar y a entender que un cuerpo es algo abierto, que se construye con el contacto con el cuerpo del otro. La idea de un cuerpo cerrado sobre sí mismo va en contra de todos los desarrollos tecnológicos que van mostrando la potencialidad que tiene el cuerpo de crecer. Baruch Spinoza decía “nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Esta idea del siglo XVI indica que recién estamos empezando a conocer su potencialidad.

Siempre fuimos occidentales más hijos de la mente, de la metáfora del alma y del espíritu y le dimos poca importancia al cuerpo que siempre fue el acompañante. Me parece que, en la actualidad, la revolución tecnológica ha hecho del cuerpo una zona de experimentación y de revolución en sus posibilidades. Las prótesis, los implantes, no son solo accesorios que ingresan al cuerpo para mejorar una función, lo transforman de raíz.

Me parece que la visión tradicional sigue pensando al cuerpo como algo que viene genéticamente constituido y sin opción al cambio. Spinoza fue profético, porque un trasplante de corazón, una prótesis de ese tipo no es solamente encontrar un reemplazo para un corazón orgánico. Es habilitar nuevas zonas hacia las cuáles la robótica puede influir las posibilidades de nuestra corporalidad. No es simplemente que permanece el mismo cuerpo con accesorios que le permiten funcionar mejor, cambia el cuerpo de raíz.

¿Y con el amor qué está pasando? ¿creés que es algo arcaico? 

Marx anticipó que las transformaciones tecnológicas afectan de una manera decisiva todas las transformaciones sociales, institucionales y culturales. Es increíble que se siga menoscabando el lugar de la revolución informática porque los cambios tecnológicos son radicales, no hay nada que se mantenga idéntico a sí mismo.

En ese sentido, no es lo mismo el miedo, el amor, la angustia, antes y después de que exista la electricidad. No es que simplemente ahora tenemos iluminada la noche: no hay más noche. Se modificó el paradigma de lo que era la noche para un mundo que recién hace dos siglos pudo dominar la oscuridad en ese sentido. ¿Cómo no va a cambiar el amor y el miedo, ante una revelación tecnológica de esa envergadura? Con la informática pasa lo mismo, y recién estamos como entendiendo hacia dónde va. En ese sentido creo que hay instituciones sociales que vienen atravesadas por cierta lógica y cierto orden que están transformándose.

¿Como el matrimonio?

Una de ellas sí. El matrimonio, la monogamia, el amor romántico responden al mismo tipo de desarrollo que visualizamos en la crisis de las religiones. Es que el amor es una forma religiosa, con todo lo que implica: son idealizaciones que tienen un propósito más bien de tranquilidad, ansiolítico, terapéutico. Uno necesita creer no sólo en el amor romántico y en el amor ideal, sino en el amor como algo que excede nuestros cuerpos, porque si no es asumir que no hay nada que permanezca estable. Lo único que permanece estable es que nada es estable. Pero es tal el vértigo que provoca la sensación de que todo aquello que hacemos se disuelve sin casi dejar huella, que fuimos inventando lugares sólidos para soportar la existencia.

El primer lugar sólido que creamos para esto fue la idea de Dios tradicional. Después esa idea de Dios de algún modo fue perdiendo eficacia, pero permanecen otras ideas que tienen la misma intencionalidad pero que no las creemos nosotros o no las consideramos religiosas.

Por ejemplo, yo creo que el amor y la felicidad tienen un poco esa estructura. Es increíble que haya tanto ateo que no crea en Dios, pero crea en el amor, cuando para mí se trata de conceptos hermanados desde una metafísica que propone la creencia de algo que excede lo humano, lo mundano y que pueda sostenerse a sí mismo.