Florencia Luce: las voces que escriben una historia

Florencia Luce

«El canto de las horas» de Florencia Luce es una novela que nos lleva a conocer un convento de clausura y las relaciones y emociones que allí se viven. La historia nace de una experiencia personal, y llega a nosotros como una ficción atrapante.


Por Carolina Cazes – Fotos gentileza Florencia Luce

Florencia Luce está vestida con colores claros, esos que durante gran parte de su estadía en el convento de clausura en el que vivió 12 años no pudo usar.

Este año publicó “El canto de las horas”, una novela que transcurre sobre todo en el tiempo, el silencio y las palabras.

El libro cuenta la historia de Marie, una joven que descubre su vocación religiosa y entra a un convento de clausura. A medida que pasa el tiempo, la joven se encuentra con situaciones que ponen en crisis esa vocación.

La voz de Marie no es la única, a la de ella se suman muchas otras que nos muestran desde adentro la vida monástica y la complejidad de las relaciones humanas. Esta polifonía narrativa viene a decirnos que nadie escribe su historia solo.

La novela está construida desde la propia experiencia que se entreteje en un entramado indiscernible con la ficción.

Los ojos azules de Florencia devuelven una mirada transparente. Si su historia nos intriga y apasiona, la de Marie, además, nos permite adentrarnos en una novela que hace todo lo que le pedimos a un buen libro: capturarnos y transportarnos llevándonos casi de la mano al interior de un mundo secreto.

La relación de Marie con el canto se vislumbra desde un primer momento y su relación con él tiene un crescendo a lo largo de los capítulos.

“Todas las voces deben sonar juntas y no debe resaltar ninguna”, leemos en “El canto de las horas”. Sin embargo, muchos años después de ser parte de esas voces, Florencia encuentra la suya para escribir esta atrapante novela.

Cortázar dijo una vez que cuando percibía el comienzo de un cuento debía correr a la máquina y escribir «como quien se saca de encima una alimaña». De alguna manera, ¿escribir “El canto de las horas” fue una necesidad de contar, de dejar salir esta historia?

Sí, en realidad, esa necesidad de sacar surgió antes. Después de unos años, tuve la necesidad primero de pasar por terapia para entender. Pero, al mismo tiempo, como me gustaba la literatura me puse a estudiar Literaturas Comparadas y empecé a escribir.

Poco a poco me di cuenta de que escribir me ayudaba y la terapia también. Era una combinación de las dos, pero definitivamente una vez que me enganché con la escritura y que empecé a elaborarlo por ese lado y a verlo como una novela, fue absolutamente sanador poner la historia en papel, sacarla de mí y volcar ahí algo que era muy doloroso, y también incomprensible.

Entonces empecé un taller, al principio escribía cuentos, pero yo siempre estaba pensando en escribir esta historia. Ya tenía cositas escritas, tenía como fragmentos y caracterizaciones, pero quería escribir, quería aprender a escribir. Tratar de escribir lo mejor posible.

En esta verdadera polifonía de voces, hay una que destaca: el canto gregoriano que ejerce sobre Marie un fuerte atractivo que la retiene en el convento.

En los inicios las melodías del canto gregoriano se plasmaban en manuscritos con unos signos que se llamaban neumas. Son como tildes y formas que imitaban los movimientos de las manos. No estaban escritos como notas. Después, estos neumas se fueron interpretando y anotando en forma de notas en un tetragrama. Eso es lo que se canta en la Iglesia y en la mayoría de los monasterios, un canto fijado por esa interpretación posterior. La diferencia entre los manuscritos antiguos y esta interpretación es que el antiguo es mucho más suelto, sin tiempos, sin medidas. A mi modo de ver, con los neumas el canto es mucho más rico, más artístico.

El gregoriano era una pasión para Marie, tanto cantarlo como transmitirlo.

Y así como los manuscritos antiguos del Canto gregoriano permiten una interpretación más libre, “El canto de las horas” está construido de la misma manera, con marcas en un pentagrama que nos invitan a sumar nuestra voz a las que narran la historia.
Hay cierto ascetismo en el relato, el narrador nunca dice esto está bien y esto está mal, no se inclina para un lado, ni para el otro, deja al lector que lea y descubra ¿eso fue buscado?

Sí, fue totalmente buscado. Primero porque mi misma mirada sobre lo que pasó es ambigua, porque yo no condeno todo lo que pasó. Hay cosas que admiro todavía de esa vida, siento que yo también cometí muchos errores. Entonces fue muy intencional poner las cosas sobre la mesa para, incluso yo misma, tratar de entender de una manera objetiva.

Por otro lado, cuando yo leo literatura, a mí me gusta eso. Prefiero sacar mis propias conclusiones, no me gusta que me lo digan todo, así que también fue intencional en ese sentido.

Y creo que le debo mucho también a Hugo Correa Luna que fue mi mentor. En las primeras devoluciones de mis textos, en los talleres que fui con él, siempre rescataba eso de mi escritura y yo traté de explotarlo porque, a mi modo de ver, era mucho más rico.

Florencia LuceHablábamos de las voces en el canto gregoriano, de un relato polifónico y me parece que hay un juego ahí con las voces que van desde la individualidad a ese «todas juntas» y que el canto es un poco el detonante de la última crisis y entonces me preguntaba si lo que descubre Marie es su propia voz.

Si, creo que sí, porque todo en esa vida te lleva a que tu voz se apague. Que tu ser, tu querer, tu sentir, todo se apague. Y el objetivo principal del buen canto gregoriano es que no se distinga ninguna.

Y creo que las sucesivas crisis de los años son justamente tratar de tapar esa voz propia, esa personalidad de Marie.

Toda la vida de Marie pasó por el por el canto. Si Marie no se llegaba a ir, era porque amaba el canto. Cuando vuelve de Francia donde aprende el canto gregoriano más auténtico y lo quiere traer al convento y no se lo permiten, la obligan a olvidarlo, eso es lo que la habilita a cortar, a decir basta. Y ahí empieza su individualidad.

Y para seguir con las voces, claramente Marie es la protagonista, pero hay algo parejo entre los personajes, es una polifonía. Sin embargo, ¿Beatriz rompe esa polifonía? ¿Qué es la voz de Beatriz en la novela?

Yo creo que sí la rompe porque hay un desequilibrio enorme ahí entre el resto y Beatriz. Ella es la que no tiene que dar cuenta a nadie de nada. Las otras obedecen. Es la obediencia lo que marca ahí. Pero si bien ella tendría que haberse regido por las mismas reglas, no se siente obligada a seguirlas.

Hay otro personaje que empieza a romperlas. Es Inés la que termina siendo en el fondo una voz dominante, fuerte.

Ella empieza siendo un personaje débil, y luego se va acercando cada vez más a la abadesa y empieza a romper relaciones, a generar traiciones.

Qué difícil mostrar este entramado ¿hiciste algún plan de acción para contarlo?

No, la verdad que no. O sea, yo sabía la historia que quería contar, sabía el principio, sabía el final, sabía un par de escenas y me lancé.

Comencé con el principio, después escribía escenas que iba cambiando de lugar, hasta que llegó un momento en el que necesité el plan y ahí sí me fui anotando más linealmente qué recorrido iba a hacer cada personaje, pero con flexibilidad. Sí sabía más o menos el recorrido de la abadesa, el de Marie y el de Inés. Y a partir de ahí los fui armando.

Florencia Luce¿Cuál fue la parte que más te costó escribir?

Me parece que más que una parte fue un personaje. Me costó mucho el de la abadesa porque me inspiré en quien yo quería mucho. Alguien que fue como mi madre por un tiempo muy largo. Escribí un personaje a quien quería y admiraba, y cuando la fui escribiendo, me fui dando cuenta de los rasgos negativos, rasgos que me habían hecho mal. Poner eso por escrito fue como un dilema. Tuve que luchar para poder sacarlo, para ser sincera y aceptarlo, decir “esto fue así a pesar de que no me guste”, y luego ficcionalizarlo y adaptarlo. Y también está el personaje de Inés, que es una mezcla de varios, pero está inspirado esencialmente en alguien a quien consideré muy amiga.

Inés hace este recorrido del que hablábamos, Marie hace el suyo, pero después hay otros personajes como Renata que no logran hacer estos quiebres…

No, Renata, Agustina son un poco el prototipo de lo que puede llegar a pasar en esas jóvenes, no digo que pase en todos lados, ni siempre. Pero está la que se anima a cortar, la que no puede, la que se la aplasta o se la convence. Siempre está también la pregunta de tener o no la vocación.

Y eso demuestra lo difícil que es tomar esa decisión. Hay una presión enorme que también se la impone uno mismo por obedecer, por no sentir culpa, entonces una se dice «No, soy yo la que estoy equivocada, tengo que seguir, porque hice esta promesa».

 La escena en la que Marie hace su gran quiebre, es muy fuerte porque hay también una suerte de ruptura temporal. 

Sí, esa escena es la ruptura, porque ahí hay un quiebre interno. A partir de un recuerdo, en el que está la literatura, que tiene un rol importante.

La escena es un poco una experimentación narrativa. Yo tenía a Joyce en la cabeza porque había trabajado mucho el cuento «Evelyn» cuando daba clases y ese cuento me servía para hacer un paralelismo con Marie y sus crisis.

Cuando leí el momento de la decisión final, me dio la sensación de que estaba narrada casi como un suicidio. Digo, hay una reflexión profunda, hay una carta ¿hay una muerte y un renacimiento?

Sí, es la muerte de una vida de ilusión que abarcaba todo. Había sido una entrega completa, una entrega total, de cuerpo, de pensamientos, de voluntad, de sueños.

El día de los votos solemnes, permanentes, finales es la entrega definitiva, ahí te tenés que olvidar de vos misma, pero con la ilusión de que eso es lo que querés, eso es lo que Dios te pide.

Y bueno, esta «muerte» en mi caso y con algunas variaciones en el caso de Marie se fue dando de a poco. Esto de sentir que estaba muriendo por adentro, que me estaba enfermando. Pero al mismo tiempo decís «pucha, pero esta es mi vida, es lo que lo que yo quería» y a la vez me está matando.

Es como un doble sentimiento: esto es lo que yo quiero y, a la vez, esto es lo que me está enfermando.

Yo cuento en el libro cómo el hecho de dejar de confiar en la abadesa es un momento bisagra, de aceptar que estaba sola y que tenía que encontrar mi propia voz. Y si mi voz es matar a la de antes hay que hacerlo. Sí, fue como un morir para poder renacer.

De hecho, la salida es un reencuentro con la vida.

Y el final, sin contarlo del todo, deja un momento de duda para el lector. Florencia no volvió ¿Y Marie? 

El final lo cambié varias veces, pero en un momento dado lo vi. Habrá que leerlo para hacer cada uno su lectura.

Pensaba también el tema del tiempo que en el convento parece quieto y sin embargo parece corto. Uno se da cuenta de que el tiempo transcurre lento, pero a la vez está muy pautado y eso lo hace ir más rápido. ¿Es toda la historia casi un pestañeo?

Sí. Hoy, después de años, lo siento como un pestañeo. ¿Cómo puede ser que pasaron 12 años y realmente no lo siento para nada tan largo? El tiempo era como una cosa casi separada de la vida de las monjas. El único tiempo estaba marcado por las horas litúrgicas, era lo único que marcaba el día, y con respecto a los años, lo que te hacía sentir que el tiempo pasaba era la Navidad, después la Pascua, y de vuelta la Navidad, todos los años se repetía todo igual. Era siempre lo mismo.

Era como un tiempo circular que volvía a empezar, era el círculo de la liturgia. No sé hoy, acá, qué es lo que nos hace sentir el tiempo. Es una pregunta que nos hacemos todos, pero allá era diferente porque era todo igual. Ni siquiera te dabas cuenta de que envejecías. Es un tiempo tan pautado que se suspende.

Ahora que nos explicaste lo de las notas y las marcas en el canto gregoriano, pienso si de alguna manera lo que vos hiciste no fue agarrar ese canto de esos 12 años y ponerle tus propias notas  ¿Cómo es esa lectura de esos años? ¿qué notas hay?

Están las voces de las monjas en el tetragrama. Algunas sobresalen, la de Marie seguramente.

Y está el tema autobiográfico. Yo creo que hay cosas mías en Marie, pero también en otras. Mi historia está totalmente entretejida entre los signos musicales de la abadesa, de Inés y de las otras con las que yo mejor me llevaba.

Ese tetragrama termina con un salto al vacío y una doble línea.