La felicidad como obligación, un mal de nuestros tiempos

la felicidad Todos queremos ser felices, el problema es cuando nos obligan a serlo o mostrarlo. Hoy el mundo parece estar creado para personas que solo saben sonreír, pero ¿es esa sonrisa auténtica? ¿Qué pasa cuando alguien está triste en un mundo donde no aparentemente no hay lugar para lágrimas?


“¡Sé feliz!”, sentencia un almohadón del otro lado de la vidriera de un local que vende de productos con mensajes inspiradores. Seguramente si buscamos detrás o dentro del almohadón, no encontraremos instrucciones para cumplir con el mandato. Ni tampoco la respuesta a una pregunta clave para llevar a cabo la tarea: ¿qué es la felicidad?

Un recorrido por la historia de ese concepto, seguramente nos llevará a descubrir que, como un envase vacío, la palabra felicidad puede llenarse con muchos y muy diferentes contenidos no solo a lo largo del tiempo, sino también de acuerdo a quién se le pregunte.

“Ser feliz es inevitable para el ser humano; sin embargo, descubrir cómo lograrlo es un trabajo cotidiano. Se trata más de alcanzar momentos, aunque sean fugaces, pero con sentido pleno, que de un estado permanente. La felicidad tiene que ver más con el sentido que con el placer. Y, muchas veces, encontrar ese sentido exige sacrificio.

Hoy pareciera que los tiempos nos demandan ‘ser felices a como dé lugar’ y de manera permanente, como si la felicidad fuera un producto que se puede adquirir, cuando en realidad es una construcción que demanda un trabajo cotidiano de autoconocimiento y aprendizaje que nos lleva la vida entera. Sucede que, a menudo, confundimos el logro de un deseo o el placer con la felicidad”, afirma la Lic. Soledad Tizón Abalo, responsable de la Oficina de Mediación Sanitaria del Hospital Manuel B. Cabrera.

 Serás feliz o no serás nada

En el libro Happycracia, la socióloga israelí Eva Illouz y el psicólogo español Edgar Cabanas, aseguran que la felicidad se ha convertido en “una obsesión”, “un regalo envenenado” al servicio del sistema económico actual. Sobre todo, desde que, en 1998, naciera en Estados Unidos la psicología positiva, algo así como la ciencia de la felicidad, que bien financiada por fundaciones y empresas, en pocos años introdujo la felicidad en lo más alto de las agendas académicas, políticas y económicas de muchos países.

Alrededor de esta ciencia, que abreva de la cultura de la autoayuda, se desarrolla una poderosa industria con terapias positivas, servicios de coaching o aplicaciones como Happify. Todo destinado a vender una noción de felicidad, según afirman Illouz y Cabanas, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal” en la cual los problemas sociales estructurales se transforman en deficiencias psicológicas individuales.

Riqueza y pobreza, éxito y fracaso, salud y enfermedad, son fruto de nuestros propios actos. Las personas se ven obligadas a ser felices y sentirse culpables de no sobreponerse a las dificultades. Los autores aclaran que no escriben contra la felicidad sino contra la visión reduccionista de la buena vida que la ciencia de la felicidad predica. Además, aseguran que la “industria y ciencia de la felicidad contribuyen a crear una nueva generación de algo así como «hipocondríacos emocionales» o happycondríacos obsesionados con el bienestar y crecimiento personal”.

Al respecto, el Lic. Juan Pablo Scarpinelli, psicólogo y docente en la UNLP, opina que: “La psicología positiva no es ni buena ni mala. No creo que haya un marco teórico mejor que otro, creo que cada uno puede explicar y ser útil en contextos específicos. Dentro de los pilares de la psicología positiva se propicia un enfoque centrado en el bienestar, sin desconocer las patologías, aunque en cuadros graves o crónicos, las intervenciones son de poco impacto.

Esta corriente plantea la posibilidad de incrementar la mayor parte del tiempo las emociones positivas y sostiene que la felicidad es el resultado de la suma de vivencias de bienestar. Pero en términos freudianos, la felicidad tiene relación con el placer, pero también con el dolor y el sufrimiento. Para Freud no existe nada más odioso que siete días soleados seguidos. En términos del padre de la psicología, la felicidad es el pasaje de estado, el salto entre el sufrimiento y el placer y no solo la prolongación del placer”.

Sin lágrimas

En un mundo que nos pide, o más bien nos exige, que seamos felices, la tristeza parece no tener lugar, tal como lo afirma Gilles Lipovetsky, en su libro “La felicidad paradójica: ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo”, declararse infeliz o incapaz de sentirse mejor se entiende como algo vergonzoso, como una ofensa a nosotros mismos, por eso las personas tienden a mostrarse ante sí mismos y ante los demás como personas felices o bastante felices incluso en las circunstancias más adversas.

“Cuando era chica estuve depre y triste porque me dejó un novio y durante un año no se me acercó ni el loro. Me bancó una de mis amigas que me tuvo paciencia”, nos cuenta Eugenia que es abogada y vive en Mar del Plata y cree que “casi nadie se muestra triste. En redes, por ejemplo, la mayoría cuenta lo maravillosa que es la vida que viven”.

“En el contexto actual la tristeza, el sacrificio, el trabajo sostenido y la disciplina son cosas que se evitan. Aparece casi como un mandato. Estar triste no solo está mal visto, sino que, además, no sabemos cómo gestionarlo, y el simple hecho de no saber hacerlo de manera positiva, es decir, en pos de nuestro autoconocimiento, lo convierte en algo desagradable. Esto no debería ser así, la tristeza es una emoción más, que nos hace ricos, diferentes, sensibles, coloridos, hambrientos, creativos, intrépidos y valientes”, afirma la Lic.Tizón.

Fabiana es contadora y nos cuenta que para ella “mucha gente cree tener la receta para que tu tristeza desaparezca y quiere darte consejos ‘para que se te pase’… ¡dejame estar triste, que ya se me va a pasar!” Es que estar triste “no solo está mal visto, ni siquiera se admite en algunos lugares o círculos donde el lema parece ser ‘invisibilidad total a la tristeza”, agrega Alina, licenciada en RRHH.

Exactamente eso le pasó a Malena que es licenciada en comunicación: “un día le conté a unas amigas que no veía hacía un tiempo, que estaba contenta con muchos aspectos de mi vida, pero que, en lo laboral, las cosas no habían salido tal como lo esperaba. Al otro día, me citaron en un café y cuando llegué, me dijeron que estaban preocupadas por mí, que tenía depresión y que tenía que ir a un psicólogo.” Natalia, tercia en la conversación y afirma que por eso “con cierta gente me muestro como si tuviera las cosas más resueltas de lo que realmente las tengo o simplemente me quedo en silencio”.

En su libro “La sociedad paliativa”, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que estudia el hiperconsumismo, explica: “El dolor trae la felicidad y la sostiene. Felicidad doliente no es un oxímoron. Toda intensidad es dolorosa. Según Nietzsche, dolor y felicidad son ‘dos hermanos, y gemelos, que crecen juntos o que […] juntos siguen siendo pequeños’. Si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa y se convierte en un confort apático. Quien no es receptivo para el dolor también se cierra a la felicidad profunda».

 La felicidad no es de a uno

Esta felicidad que hoy deberíamos ser capaces de sentir y mostrar todo el tiempo tiene otra característica que la hace, incluso, más problemática. Se trata de una felicidad individual, divorciada de lo social. Se propone una felicidad que es “un estilo de vida que apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”, tal como lo afirma Cabanas.

“Ahora la felicidad se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida; como el baremo con el que debemos medir el valor de nuestra biografía, nuestros éxitos y fracasos, la magnitud de nuestro desarrollo psíquico y emocional. Más importante aún, la felicidad ha llegado a establecerse como elemento central en la definición de lo que es y debe ser un buen ciudadano”, dicen los especialistas en Happycracia. “Si la felicidad ha llegado a tener el protagonismo que hoy tiene es porque se ha mostrado especialmente útil para reavivar, legitimar y reinstitucionalizar el individualismo en términos aparentemente no ideológicos gracias a su discurso científico”.

Cada individuo es creador y responsable de su felicidad como si lo social no importara. “Asegurar que la solución la tienen las personas es afirmar que no la tienen las organizaciones.

Se les exige adaptación y tenacidad a los individuos, y se oculta la falta de recursos y facilidades que la sociedad debería poder brindarles. Las condiciones óptimas de trabajo y desarrollo personal que deberían ofrecerse de antemano son consideradas un premio a conquistar por soportar largas jornadas estresantes sin quejarse. Esta es la trampa. Cada región tiene sus formas de disfrutar la vida como también de enfermarse; en Latinoamérica, frente a impresionantes niveles de desigualdad y pobreza, las personas muchas veces toman decisiones -a veces no tan saludables- para sobrevivir más allá de lo que les gustaría hacer con sus vidas y sus familias.

En Argentina, la realización económica presenta tantos desafíos que las personas buscan puntos de anclaje más estables: los vínculos. Yo soy muy crítico de que toda la energía de las personas se dirija a su desarrollo personal y profesional, porque sé que, con el tiempo, no tendrán con quién compartir esos logros. Por eso considero que ‘sin otro no hay salud mental’; citando la película ‘Into the Wild’: ‘La verdadera felicidad es compartida’, afirma el Lic. Scarpinelli.

Ser o parecer, esa es la cuestión

“Creo que el concepto de felicidad actual es escenográfico, es de cartón pintado. ‘Si usted compra este auto va a ser más intrépido, si compra esta marca va a ser más valorado, si consume esta bebida va a ser más valiente, si compra este libro va a ser más feliz’. Ni la literatura se salva de las nuevas creencias. Hasta la espiritualidad cayó en la trampa mágica del resultado inmediato. Este término, la inmediatez, tiene mucho que ver con la insatisfacción actual. Todo es ya, todo debe ser inmediato.

El trabajo a largo plazo pierde valor, se tiene una mirada corta respecto de la vida y todo aquello que no aporte placer en lo inmediato no es tenido en cuenta…ahí radica la crisis real del concepto de felicidad” asegura la Lic. Tizón.

Silvia es arquitecta y opina que “vivimos en tiempos de soluciones instantáneas y sanar lleva un tiempo que no estamos dispuestos a invertir. Creo que esto tiene mucho que ver con las redes”.

Algo en lo que acuerda el Lic. Scarpinelli “El discurso de la felicidad, que se realiza sin decirlo, pero se da a entender, propone concretar de forma inmediata la adquisición de algún producto. Es el gobierno de lo inmediato; la demora se ve como una falta de compromiso, de idoneidad o de vitalidad en la interacción humana, pero la demora es necesaria, aunque nos provoque frustración ya que nos permite repensar nuestras elecciones. Por eso, esperar es la mejor forma de conectarse con el deseo; la impulsividad que despierta esta lógica de consumo tiene su otra cara en la desorganización.

Las personas se arrepienten y se angustian cuando no complacen su deseo, toman más decisiones apresuradas y entran en un círculo vicioso en el cual ‘nada satisface’”.

El problema sobreviene, entonces cuando nos proponen una felicidad “lista para usar” que intenta decirnos qué es y cómo debemos ser felices, cuando en realidad, tal como lo afirma Simone de Beauvoir: «no sabemos demasiado lo que significa la palabra felicidad, y mucho menos cuáles son los valores auténticos que encubre; no hay ninguna posibilidad de medir la felicidad ajena y siempre es fácil declarar feliz una situación que se quiere imponer»