Tute: nos servimos del humor para expresar muchas cosas

Juan Matías Loiseau, Tute es autor de la tira diaria que La Nación publica en su contratapa, y de la página semanal que aparece en la revista dominical de ese diario. En su estudio hay un escritorio una computadora, un escáner, algunos dibujos, marcadores, y algunos libros. En la biblioteca que va de pared a pared y del piso al techo, hay algunos libros de historietas, otros de arte, algunos ejemplares de sus propios libros y un par de muñecos Clementes que recuerdan que es hijo de Carlos Loiseau, el gran Caloi.


Con tantos años de profesión, ¿la temida “página en blanco” es un problema? ¿Qué pasa con temas que abordás seguido como el de las parejas?

Nunca me pasó quedarme en blanco. Sí hay etapas más fructíferas y etapas de cierta sequía. Pero nunca tuve el temor de que quedara el espacio en blanco. El tema de las parejas se puede abordar por aristas tan distintas, es un tema tan amplio… el amor, el desamor, la soledad, el vínculo, la comunicación, la falta de comunicación, la dificultad para comunicarse… es infinito. Y lo que voy encontrando con los años es que uno va cambiando, va envejeciendo y se van sumando nuevas preocupaciones, vas soltando viejas preocupaciones, entonces también se va renovando el material de mi interés.

Por otra parte, la tira diaria y la página de la revista dominical son dos cosas distintas. La página semanal es un tema, estoy seguro de que voy a tener con qué poblarla, pero no sé cuándo, no sé con qué y ese es un desafío interesante y, sobre todo, semanal. Tener esa página en blanco, entera, es un momento que se repite, pero que me genera cierta inquietud y que me gusta, es un desafío.

A veces te ponés juguetón con el dibujo, más allá del texto.

Exacto. He hecho páginas en blanco y negro, a color, con mil cuadritos, con un solo cuadro, páginas farragosas, mudas, con pedazos de cartón, con poemas, en estos 20 años he hecho de todo en esa página. Es un espacio de libertad que me fui auto habilitando, me di ese permiso a mí mismo y de a poco fui convenciendo al lector de que ese espacio en la revista no era un espacio únicamente de humor.

Tu interés por el psicoanálisis como uno de tus temas más desarrollados ¿es porque sos una persona psicoanalizada, porque te atrae ese espacio o porque te da muchas posibilidades para hablar?

Las tres cosas: soy una persona psicoanalizada, me parece un espacio interesante desde múltiples puntos de vista, y es un material muy proclive al humor. De hecho, en las sesiones psicoanalíticas suele haber mucho humor; además de mucho llanto hay mucho humor. Me parece que el psicoanálisis, o nosotros, las personas, nos servimos de esa herramienta, del humor, para poder expresar muchas cosas. El humor en la sesión psicoanalítica es fundamental de los dos lados, el del paciente y el del psicoanalista, porque muchas cosas son posibles decir, enunciar, únicamente a través del humor.

En el momento de trabajar, ¿tenés un lector en la cabeza?

Sí, yo. El lector que tengo en la cabeza soy yo mismo. Es una apuesta: si a mí me gusta, si me interesa por algún motivo, a la gente le puede llegar a interesar.

¿Cómo organizás tu tiempo para hacer una tira diaria, la página semanal, además de los otros proyectos en los que te involucrás?

Lo que tiene de bueno trabajar de lo que a uno le gusta es que uno trabaja y no se da cuenta. Entonces uno labura porque disfruta de trabajar. Seguro que no tendría la misma pasión ni le pondría la misma energía ni carga horaria si trabajara en un banco. Pero al mismo tiempo trabajar para el diario no deja de ser una responsabilidad y una obligación, porque no todos los días tengo ganas de hacer un chiste. Afortunadamente casi siempre sí, pero hay días en los que no. Es muy interesante lo que siento con el trabajo diario: es como un gimnasio para la cabeza, un ejercicio cotidiano para el cerebro. Y siempre las mejores ideas aparecen cuando el cerebro está ejercitado.

¿Cuándo entregás el material tenés en cuenta los temas que ya fuiste publicando los días previos?

Sí. La idea es intercalar, que los chistes no se vuelvan monotemáticos, aún en ese tema que es más recurrente que es la pareja. No solo trato de no repetirme en el mundo de las ideas sino también en la parte gráfica, en la realización. Intento ir variando los fondos, que los colores no se repitan. La paleta sí siempre es la misma, tonos bastante apastelados, me siento cómodo ahí. Alguna vez quise trabajar un tono más llamativo, más violento, pero me di cuenta de que no me representaba.

¿Y cómo es tu forma de producir?

En el cuadro diario hago el boceto en con lápiz en un papel, luego otro boceto en otro papel a tinta, lo escaneo, en la computadora le aplico color con el photoshop y lo envío al diario. En la página de la revista hago distinto, en el primer papel que agarro hago un boceto, pero ese será el original. Es decir, voy armando las secuencias, con todas las tachaduras, porque me voy equivocando, voy encontrando palabras mejores, superadoras, y así se va armando. Luego lo escaneo y lo mando.

A veces hago más de uno porque no me gusta el que hice, pero hay algo de lo gestual que aparece así, de manera completamente inconsciente, y que después no lo puedo repetir. Cuando lo quiero repetir, cuando quiero formalizar esa idea bocetada, se endurece, se entorpece, como pasa con una frase muy estudiada.

Como cuando te gusta una mina y pensás “le voy a decir esto o esto y aquello”, y después vas y le decís eso y parecés de cartón. En cambio, si vas y le decís lo inesperado, no sé, cae una hoja y te despierta un comentario, esa frescura de ese momento es muy difícil de reproducir. Bueno, eso es lo que encontré en las páginas. Yo antes hacía las páginas semanales como los cuadros diarios, lo pensaba todo, pensaba la idea, después lo hacía “en serio” en un papel bueno, primero lápiz, pasado a tinta, luego el color… pero siempre lo que quedaba acá y nadie veía, lo que no mandaba al diario, me gustaba más.

Lo que enviaba era más prolijo, pero lo que quedaba en mi estudio tenía una potencia gestual que quedaba completamente diluida en la versión prolija. Entonces un día me anime, agarré la hojita bocetada, la escanee y la mandé. Y así empecé a hacer estos dibujos semanales para la revista dominical más desacartonados, más frescos.

 Tu trabajo refleja un amplio grado de observación de las relaciones, de los comportamientos humanos. ¿Registrás en algún cuaderno esas observaciones?

No anoto nada, es una memoria sensorial. Vivo, nomás. Después, naturalmente, el producto de esas observaciones pasa a formar parte de mi construcción humorística, pero no es que ando a la pesca y con miedo de que se me escape algo.

Si estás en un bar solo, por ejemplo, ¿estás atento a tu alrededor?

Siempre estoy atento, me encanta mirar a la gente, observo, observo mucho, me gusta escuchar, soy una especie de voyeur profesional que anda por la calle. Es un interés genuino y en ese sentido confío en el inconsciente cuando me siento a trabajar. Sí le tengo más miedo a las ideas melódicas, quizás por falta de experiencia. Cuando se me ocurre una melodía sí la grabo rápidamente, porque me da miedo que después no me vaya a acordar.

¿Cuánto de poesía hay en tus dibujos?

La poesía es uno de los elementos que trafiqué hacia el humor. Me dio la síntesis, la elección de las palabras, la musicalidad de las palabras, la combinación de las palabras, la economía verbal, todo eso me lo llevé de la poesía hacia el humor. Hay una música en las palabras y muchas veces incluso cuando tengo dudas sobre un chiste, lo leo en voz alta, leo el globo, para ver si suena bien. Primero pruebo si se lee bien, y luego si suena bien. Siempre es mejor y más eficaz una frase, o el humor, cuando lleva menos palabras, al menos la menor cantidad posible de palabras. A veces se necesita un bloque largo de texto, pero siempre igual ese bloque podría ser más largo, así que cuanto más breve se escriba, mejor va a ser ese chiste.

¿Te nutrís de otros para realizar tu trabajo?

Me nutro naturalmente de todo lo que consumo, porque lo que consumo es lo que me gusta. Hay veces que trato de dejar de hacer para consumir más, porque tiendo a hacer mucho y entonces quedan más acotados los tiempos para consumir arte ajeno. Cuando pasa mucho tiempo sin que agarro un libro, sin que vea una película, me empiezo a inquietar. No hay una disciplina que me inspire más, aunque encuentro especialmente poderoso, potente, al cine. Es la confluencia de muchas de las artes, lo visual, el sonido, la actuación, tiene muchos estímulos al mismo tiempo. Aunque el otro día fui al Museo de Bellas Artes y volví enloquecido con algunos cuadros, como si hubiera ido al cine.

Supongo que un cambio importante en tu trabajo tener, gracias a las redes, una devolución de los lectores impensada hace diez, quince años atrás.

No sé ahora cómo sería a la falta de contacto rápida con el lector, casi automática. Yo empecé en el diario La prensa, entregando todos los días la tira en mano, y no me enteraba nada de lo que pensaban los lectores. Cuando apareció el mail, me llegaba algún comentario, pero el contacto mayor eran los encuentros en alguna inauguración, en alguna presentación, en la Feria del Libro.

A su vez por las redes tu trabajo está más expuesto.

Sí, es un nivel de exposición muy grande, pero es un nivel de exposición buscada. El humorista gráfico lo que quiere es exposición. Su primer sueño, como dibujante, como humorista gráfico es que su trabajo salga en un diario, ser leído.

tute y el humor

Tu trabajo se comparte mucho en las redes, hay cierta complicidad entre tus lectores.

Es una linda palabra: complicidad, mientras que no se trate de hechos delictivos es una linda palabra, porque es como un estar de acuerdo, que casi no necesita de mucho. Y eso es lindo, es lo que pasa con los amigos, que con un guiño, con dos palabras, no hace falta más. Generar eso en los lectores me parece de las cosas más lindas. Un acuerdo.

¿Lo tuyo es un arte o un oficio?

Es un arte popular… para mí son las dos cosas: es un arte y es un oficio. Arte, porque es un trabajo artístico, tiene una finalidad y una búsqueda estética, es un dibujo, entonces está ligado a la plástica. Es una idea también, y está escrita, así que en la mayoría de los casos hay una intención literaria. Por todo eso es artístico. Pero también es un oficio, porque es algo que tengo que hacer todos los días. Yo no puedo hacer humor solamente cuando estoy inspirado. Y es a pedido, es un laburo que tengo que hacer todos los días. Entonces no alcanza con la cuota artística, necesitás el oficio, porque este es un trabajo.

¿Sos de reírte?

Me río mucho. No soy un payaso, no soy el centro de las reuniones, para nada. Soy más bien un tipo melancólico en ese sentido. El humorista en general creo que es un tipo melancólico. Por ahí está esta falsa idea flotando de que el humorista es un tipo con ocurrencias, el centro de las reuniones que cuenta chistes, pero en general no es así, más bien es un tipo retraído, observador. Y el observador por lo general nunca es centro, está por la periferia, por los bordes, mirando al resto.

¿Y qué te causa gracia?

El humor que más disfruto es el inteligente. El que está hecho con inteligencia. Ahora, puede estar hecho con inteligencia y ser complejo, o ser muy simple. Puede ser incluso burdo, o negro o verde, si está hecho con inteligencia me va a gustar, no importa de qué color sea. Hace mucho que no los veo, pero a los Monty Python los disfruté mucho, el cine de Woody Allen es una necesidad, no puedo dejar de verlo, aunque no me guste mucho alguna de sus películas, me gusta su humor, me encanta.

Me gusta el humor de los Hermanos Marx, ese humor muy delicado, el de Borges es fascinante, exquisito, el de Macedonio Fernández, el de los Les Luthiers. Pero también el de mi amigo el Chancho, que es muy gracioso, y que es un atorrante y burdo, pero su humor está bien construido, está bien contado, y me hace reír.

¿Cómo ves la influencia de tu padre en vos?

Me encanta hablar de mi viejo. Es una referencia. Está muy presente mi viejo. Artísticamente fue lindo lo que pasó, porque mi viejo fue mi primer maestro, al principio, y siempre fue una referencia para mí, lo admiré toda mi vida y lo sigo admirando. Me pesó en su momento tener tanta influencia de él, él en sí nunca me pesó. Y dentro del gremio tuve la suerte de siempre ser muy inconsciente, tenía una seguridad en mí mismo que no se correspondía con mi laburo. Era un principiante, pero tenía mucha energía, muchas ganas, me presentaba en todas partes, mostraba carpetas, y así conseguí trabajo.

Y mi viejo fue muy sabio como padre artístico y como padre en general. Yo arranqué buscando un estilo, pero me aferré a su estilo, que me dio mucha seguridad y mi viejo me dio permiso para eso, nunca me dijo nada. Me llevó un tiempo encontrar mi propia voz, mi registro propio. Creo que tanto como me llevó encontrar mi propia identidad, en todo, un poco pasa eso, uno encuentra sus propias cuestiones, sus propios fantasmas, sus deseos, sus obsesiones. Y en la medida que uno empieza a reconocerse y conocerse, uno empieza a hablar de otra manera, a expresarse de otra manera.

Y después, cuando encontré mi propio estilo, mis propios asuntos, berretines, muchos coincidentes con mi viejo, él tuvo la sabiduría de permitirme alejarme. Fue sabio porque no me hinchó las pelotas cuando me parecía mucho, ni se sintió ofendido cuando agarré para otro lado.

Al contrario, llegué a sentir su admiración genuina, no el orgullo de padre que es distinto, eso ya lo había sentido antes. Si no la admiración genuina, cuando me preguntaba cómo había resuelto algo o diciéndome qué interesante que era ese camino que había agarrado. Yo estaba muy lejos de lo que él hacía, entonces él podía interesarse por lo que yo hacía. Y así se dio, al final de su vida, hubo un ida y vuelta muy distinto, donde los dos opinábamos, a mí me gustaban sus resoluciones y a él las mías. Hasta llegó a hacer una página en la revista Viva con mi estilo, sin boceto previo y muy hecha a la que te criaste. Y la firmó “a lo Tute”.