Carlos Gardel es una de las figuras más icónicas de nuestra cultura nacional. En su vida hay tantos misterios como certezas.
En Toulouse, Tacuarembó o Buenos Aires, en una fecha que no está demasiado clara, emitió sus primeros sonidos quien se convertiría en una de las voces más importantes del siglo XX.
Solo se sabe con seguridad que Gardel fue hijo natural nacido en la pobreza y que murió el 24 de junio de 1935, en un accidente de avión en el aeropuerto de Medellín.
En lo que sí coinciden todas las hipótesis es en el hecho de que fue abandonado por su padre y vivió en Buenos Aires con su madre, al menos desde 1893, en habitaciones de conventillos. Hasta que en 1927 compró una casa en el Abasto, y allí se mudó con ella.
“La verdad mítica no tiene que ver con la verdad verdadera. Un mito puede darse el lujo de nacer en tres lugares distintos, porque es un mito. Y no hay nada más mitificante que la labor de los desmitificadores. Gardel, el mito, es, por mucho, una historia más larga que la de Gardel, el individuo. Cualquier cuento que se cuente del individuo agranda el mito; cualquier cosa que se invente sobre el mito agranda al individuo”, reflexionaba el poeta colombiano, Darío Jaramillo, autor de Poesía en la canción popular latinoamericana, donde se ocupó de varios tangos de Gardel.
A la incertidumbre respecto del lugar y fecha de nacimiento, se sumaron otras. Según algunas investigaciones, la voz más famosa del tango tuvo distintas identidades y estuvo preso en Ushuaia, pero todos sus antecedentes penales habrían sido borrados por sus contactos con el entonces presidente Marcelo T. de Alvear.
Aunque de su muerte hay pruebas suficientes, el mito busca derrotar la realidad. Hay quienes aseguran que no murió en el accidente aéreo, porque en realidad andaba de gira por América Latina con una máscara que ocultaba su rostro deformado.
El cuento del tío, literalmente.
De muy joven, mucho antes de comenzar a cantar, entraba a algún bar de la provincia de Buenos Aires y en unas semanas se ganaba la confianza de los parroquianos del lugar. Aprovechaba, entonces, para contarles que uno de sus tíos le había dejado una herencia enorme, pero que no tenía plata para ir a reclamarla. El pibe Carlitos, mostraba documentos como pruebas y ofrecía parte de esa supuesta herencia a cambio de una ayuda con los gastos de viaje, hotel y abogados. Gardel emprendía el viaje y, al final, nunca volvía.
Su viaje más largo
No se sabe a ciencia cierta qué pasó en ese despegue malobrado: una mala maniobra del piloto, una falla técnica, un disparo en el interior. O la mala fortuna que los acompañó, ya que, según relatos de uno de los sobrevivientes, ese no era el vuelo que debían tomar, pero se retrasaron porque el cantante quería jugar su suerte en el paño verde de la ruleta.
«Mi único vicio es el escolaso, sobre todo los burros, y algunos lancecitos en el misterio del tapete verde», admitió una vez el zorzal.
Y ese, el viaje más corto, se convirtió en el más largo. Atrás habían quedado los versos finales de Tomo y obligo, el último tema que interpretó el músico argentino.
Gardel fue sepultado en el cementerio de San Pedro en Medellín, ciudad que lo amaba tanto como Buenos Aires. Dos meses después el cuerpo fue exhumado para ser trasladado a la Argentina.
Sin embargo, antes, emprendió un largo periplo. Primero por tierra, la mayor parte del trayecto en tren, un trecho por caminos de herradura, a lomo de mula, con estaciones en Caramanta, Marmato, Pereira, Cali, hasta ser embarcado en el puerto de Buenaventura, en el Pacífico.
El buque que transportaba el ataúd atravesó el canal de Panamá para alcanzar el Atlántico, y siguiendo una ruta inversa tocó puerto en Nueva York, donde fue velado una semana, y luego Río de Janeiro y Montevideo, para llegar a Buenos Aires el 5 de febrero de 1936.
El funeral fue grandioso, como correspondía, hasta ser sepultado en el cementerio de La Chacarita.
Sobre ese día, el poeta Raúl González Tuñón escribió alguna vez: «Un pueblo lo lloraba y cuando el pueblo llora, que nadie diga nada, porque está todo dicho».
A su fama de cantor y estrella de cine, le siguió la póstuma, que lo señala como santo y milagrero, tanto en Medellín como en Buenos Aires, donde miles de personas se acercaban a su tumba en la Chacarita para pedirle la realización de milagros.
El soltero más codiciado
Alrededor de la vida amorosa del Zorzal también se tejieron historias. Más allá de asegurar que estuvo ligado sentimentalmente a varias mujeres, no solo a las actrices Isabel Martínez del Valle y Mona Maris, también se afirmó que era homosexual.
Cuando su madre le preguntó al morocho del Abasto por qué no se casaba, él respondió “pudiendo hacer felices a tantas, ¿por qué hacer infeliz a una?”
Más allá de las dudas queda su legado como gran certeza: alrededor de 1.000 canciones grabadas en su voz engolada, 11 películas – auténticos “musicales tangueros” rodados en Hollywood- en las que construía cuidadosamente su personaje: pelo engominado, traje impecable, sombrero de ala y la internacionalización de nuestra canción ciudadana.