Nació un 22 de noviembre, hace 165 años. Hoy más de sesenta instituciones y organismos llevan, orgullosamente, su nombre. Un nombre que significa muchas cosas: valentía, compromiso, entrega, capacidad, y la enumeración podría seguir hasta agotar los adjetivos que pueden describir a la figura de la Dra. Cecilia Grierson.
Los Grierson fueron una de las primeras familias escocesas en llegar a la Argentina. William, su abuelo paterno, arribó en 1825 y se estableció en Colonia Santa Catalina -hoy Llavallol-, provincia de Buenos Aires.
El 22 de noviembre de 1859, 34 años después, Jane Duffy y John Parish Robertson Grierson se convertirían en los padres de Cecilia Grierson.
Era la mayor de seis hermanos, su infancia transcurrió en el campo, en Uruguay primero y en Entre Ríos un poco más tarde, pero luego sus padres la mandaron a estudiar a Buenos Aires, fieles a la costumbre europea de educar a sus hijos e hijas.
A los diez años debió volver a Entre Ríos para ayudar a su madre a paliar el deterioro de la economía familiar; cuando ella tenía doce, su padre murió.
Dos años después, su madre abrió una escuela rural donde Cecilia con apenas 14 años enseñaba a los más pequeños,
Poco después pudo volver a viajar a Buenos Aires para estudiar en la Escuela Normal de Señoritas, donde se recibió de maestra.
Mientras estudiaba se mantuvo trabajando como institutriz. Era casi una niña, tanto que confesó que tuvo que alargarse las faldas para parecer mayor. “Se juzga la edad, y quizás el conocimiento, por el largo de la pollera”, afirmó por aquel entonces.
En 1878 terminó sus estudios y consiguió su primer trabajo de maestra en la Escuela mixta de San Cristóbal otorgado por el director de Escuelas Domingo Faustino Sarmiento. Gracias a su ayuda económica su familia también se trasladó a la ciudad.
Cuando el amor se convierte en vocación
Todo parecía resuelto y encaminado, Cecilia escribía en sus cartas sobre su firme vocación docente y su alegría por estar con su familia. “Creo que nací para ser maestra, y recuerdo algunas escenas desde los dos años de edad y siempre mis juegos eran haciendo de maestra…”, expresaba.
Pero un hecho cambió la historia: su mejor amiga, Amelia Kening falleció en plena juventud, el golpe fue tan grande que la decidió a estudiar medicina.
Ingresó en la Facultad de Ciencias Médicas en 1883 cuando estudiar esa carrera era cosa de varones. Exclusiva para los hombres.
Era tan impensado que una mujer quisiera estudiar la carrera que la ley ni siquiera lo prohibía. Solo existía una pequeña traba: “No había ningún antecedente en toda América Latina de una mujer que hubiera obtenido el título de médica. Y si bien no existía una prohibición explícita que impidiera la inscripción, había sí una trampa reglamentaria, un requisito imposible de cumplir”, cuenta el historiador Felipe Pigna. “Para anotarse en la carrera –relata- había que tener aprobado latín, pero esa materia se dictaba sólo en el Colegio Nacional de Buenos Aires, una institución que por entonces era sólo de varones”.
Eso no iba a ser un impedimento para ella: estudió los cinco niveles requeridos con el profesor Larsen, aquel que aparece caracterizado en Juvenilia de Miguel Cané.
Sin otra excusa, la dejaron entrar. Así se presentó un día de abril de 1883 en los pabellones de la Facultad de Medicina.
“Vislumbraba en la carrera de medicina una profesión que seguía mi inclinación por el estudio de las ciencias naturales… otra consideración, era una amiga cuyo organismo se hallaba minado por una lenta enfermedad. Creí que podría salvarla poseyendo los conocimientos necesarios, es decir, siendo médica, ¡vana ilusión! Amalia Kenig murió algunos años después que obtuve el diploma…” relataba.
El 20 de enero de 1885, se dirigió al entonces decano de la Facultad de Medicina Dr. Pedro Pardo diciendo “Como el Sr. LLovet renuncia a su cargo de preparador de histología patológica, solicito se me nombre en su reemplazo. Todo el año me he dedicado a esa práctica y soy considerada una de las mejores alumnas en la materia”. Y lo logró, entre 1885 y 1888, mientras era estudiante, fue ayudante de histología en la Facultad de Medicina.
Desde 1883, la universidad autónoma había aprobado los seis años para la carrera médica, sin embargo, los estudiantes expresaban cierta disconformidad por la falta de práctica.
Como respuesta, el Círculo Médico, fundado en 1874 por un grupo de estudiantes reunidos por José María Ramos Mejía, y entre quienes estaban José Penna y Juan B Justo, comenzó a funcionar como una escuela práctica de medicina, centro de investigación y difusión científica y consultorios de diversas especialidades médicas. También en el Circulo Médico, comenzó a funcionar la primera escuela de enfermeras de América Latina con un plan de estudio formal, creada y dirigida por la estudiante de medicina Cecilia Grierson. Entre otros aportes, Cecilia Grierson estableció el uso del uniforme de enfermera el cual fue adoptado por la mayoría de los países latinoamericanos. Corría el año 1885.
El 2 de Julio de 1889, Cecilia Grierson se convirtió en la primera mujer graduada de la universidad de Buenos Aires. El examen fue tomado por el decano, Dr. Mauricio González Catán y su tesis de graduación se tituló “Histero-ovariotomías efectuadas en el Hospital Rivadavia entre 1883 a 1889”.
La tesis fue aprobada y firmada por los Dres. Mauricio Gonzalez Catan, de la Carcova, Eduardo Wilde, Juan R Fernández y Molina. Lleva fecha 16 de febrero de 1889 y está clasificada con el número 0983.
Primeros pasos
Ya graduada, empezó a trabajar como médica agregada en la sala de mujeres del hospital San Roque (hoy Ramos Mejía) además de atender su consultorio particular en el centro de la ciudad de Buenos Aires y otros consultorios en varias instituciones de beneficencia. Entre los años 1889 y 1899 su actividad médica asistencial y sus emprendimientos no tuvieron pausa.
Poco después de recibirse concursó para el cargo de profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia. El llamado fue declarado desierto.
“Fue únicamente a causa de mi condición de mujer, según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa examinadora, que el jurado dio en este concurso de competencia un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor”, recordaría años más tarde.
Una vida, muchos hitos
Sería difícil contar cómo llegó a cada uno de ellos, pero su vida estuvo llena de acciones y logros entre los que se destacan:
- Fundó la primera escuela de enfermeras de Sudamérica en 1886.
- Participó en la primera cesárea en Argentina en 1892.
- Fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios en 1892, que se fusionó con la Cruz Roja argentina.
- Fundó la Asociación Médica Argentina en 1891.
- Fundó la Asociación Obstétrica Nacional y la Revista Obstétrica.
- Fue pionera en el tratamiento de niños con discapacidades.
- Fue vocal de la Comisión de Sordomudos, secretaria del Patronato de la Infancia, e inspectora del Asilo Nocturno.
- Fue una de las fundadoras del Consejo Nacional de Mujeres en 1900.
- Fue pionera en la kinesiología argentina, dictando los primeros cursos de kinesioterapia en la Facultad de Medicina de Buenos Aires entre 1904 y 1905.
- Fue una luchadora por los derechos de las mujeres, participando de los primeros congresos feministas en el país.
- Fue pintora, escultora y buena deportista.
- Su lema era “res non verba” (hechos, no palabras).
La escuela de enfermería
En 1886 la epidemia de cólera llegó a Buenos Aires con toda su fuerza. Cecilia Grierson fue enviada a la Casa de Aislamiento que albergaba a quienes padecían la enfermedad.
De su cansancio, pero también de su empatía, nació la idea de crear la escuela de enfermería.
“Los días agotadores pasados en la casa de Aislamiento me hicieron concebir la idea de educar a enfermeras, puesto que no había quien respondiera a las necesidades de los enfermos. El mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren es colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la salud”, escribió.
Docente, médica, visionaria y feminista
Cecilia Grierson fue una pionera en todo lo que emprendió. Todo lo hizo con convicción y pasión, con compromiso con ella misma y con el mundo.
Una a una fue venciendo las dificultades que se le enfrentaban, muchas de las cuales provenían del hecho de ser mujer. Así fue como participó de las luchas, con su presencia, pero sobre todo con su ejemplo y levantando su voz.
“No era posible que a la mujer que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de médica cirujana, se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser jefa de sala, directora de algún hospital o se le diera algún puesto de médica escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad”, dijo con amargura para dar cuenta de las postergaciones que sufría y de las causas de su lucha.
En 1899 participó del segundo Congreso Internacional de Mujeres, en Londres. El encuentro reunía movimientos sufragistas de todo el mundo y ampliaba sus objetivos a distintos ámbitos de la vida social a través de cinco espacios de trabajo: Educación, Profesional, Política, Social e Industrial y Legislativa.
En 1900 se sumó a la creación del Consejo Nacional de Mujeres, y fue elegida vicepresidenta; tiempo más tarde estuvo al frente del Congreso Argentino de Mujeres Universitarias y el Primer Congreso Feminista Internacional de la República Argentina.
Su lucha por el sufragio femenino y por los derechos de las mujeres en general la acercaron al Partido Socialista Argentino, del que participó en sus años iniciales.
Grierson fue autora además de un estudio en el que demostraba que en la Argentina las mujeres casadas tenían un status legal equivalente al de los niños. Sus consideraciones fueron tenidas en cuenta en la sanción, en 1926, de la ley sobre los Derechos Civiles de la Mujer (11.357), que modificó el Código Civil.
La reforma amplió los derechos de las mujeres en materia de patria potestad, administración y disposición de los bienes propios y en el régimen de bienes gananciales en el matrimonio.
No hay final cuando hay legado
Médica, cirujana, maestra, luchadora por la igualdad de derechos. También pintora, escultora y gimnasta.
Pasó sus últimos años en Los Cocos, Córdoba, con una jubilación básica. A quienes la visitaban les repetía una frase que la define mejor que nada: “Hay que despertar corrientes de bondad” decía.
No hay duda de que esas corrientes fueron las que la guiaron su vida y que su ejemplo sigue inspirándolas.