Los descubrimientos casuales abundan en la ciencia y en la medicina. Con estos tres hallazgos, muchas cosas cambiaron para siempre.
Las casualidades no son todas iguales. Una casualidad puede ser un accidente, pero luego está las serendipias que son un tipo de casualidad asociado a la buena fortuna. Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa.
La palabra también puede referirse a la habilidad de un sujeto para reconocer que ha hecho un descubrimiento importante, aunque no tenga relación con lo que busca.
En la historia de la ciencia las serendipias son frecuentes.
Tres descubrimientos casuales de la medicina
Radiografías: el día que Roengten pidió la mano de su mujer
En 1895, el físico alemán Wilhelm Röntgen estaba estudiando el funcionamiento de los rayos catódicos.
Mientras Roentgen realizaba una serie de experimentos con tubos de esos rayos en su laboratorio, notó que un tipo de radiación desconocida tenía la capacidad de atravesar objetos sólidos como el cartón y de impresionar una placa fotográfica que se encontraba cerca. Como desconocía su existencia, los llamó Rayos X.
Intrigado por el fenómeno, decidió investigar más a fondo sus propiedades, identificándolo finalmente con una nueva forma de radiación.
Para demostrar esta capacidad, Röntgen le pidió la mano a su mujer y realizó una impresión, la primera placa.
Inmediatamente reconoció el potencial de su descubrimiento y las posibles aplicaciones para la medicina y empezó a experimentar con esos rayos descubiertos de forma accidental y su capacidad para impresionar placas fotográficas.
Su uso se expandió y pronto comenzó a utilizarse en tejidos humanos. Un año después del hallazgo, científicos de Europa y Estados Unidos ya usaban los Rayos X para diagnosticar las fisuras, encontrar objetos ingeridos y demás.
Lente intraocular: medicina de guerra a la vista
Durante la Segunda Guerra Mundial, el cirujano Dr. Nicholas Harold Lloyd Ridley (1906-2001) atendió a Gordon Cleaver, un piloto de la Real Fuerza Aérea.
Era el 15 de agosto de 1940 y Cleaver combatía en la Batalla de Inglaterra. Su “Spitfire” fue derribado en combate en Winchester y su cabina se destruyó por completo. Los ojos del piloto se llenaron de astillas de plástico y estaba ciego de ambos ojos. Después de 19 operaciones, Ridley logró devolverle la visión de uno de ellos.
Al examinarlo en el seguimiento de sus heridas, el médico notó que los ojos del piloto no habían tenido reacciones adversas a la presencia del plástico. El material inerte era compatible con los tejidos oculares. El plástico era plexiglás o polimetilmetacrilato (PMMA)con el que se fabricaban las cabinas del Hawker Hurricane y Supermarine Spitfire.
Esta observación quedó en su mente. Tras el final de la guerra, el Dr. Ridley acababa de extraer el cristalino de un paciente en una operación de cataratas. Su ayudante le comentó: “Es una pena que no podamos reemplazar ese cristalino por otro.
Inmediatamente, el cirujano recordó a los pilotos de la RAF y los plásticos de las cabinas y puso manos a la obra.
A finales de los ´40 diseñó una fina lente de plástico hecha con el mismo material de las cabinas.
El 29 de noviembre de 1949, realizó el primer implante de una lente intraocular en el Hospital St. Thomas de Londres.
No quedó totalmente satisfecho con el resultado y la tuvo que extraer, pero el 8 de febrero de 1950 volvió a implantarla de forma permanente.
En los 12 años siguientes se implantaron un total de 1.000 lentes de Ridley, con un porcentaje de éxito del 70%.
En la actualidad, la cirugía de catarata con implante de lente intraocular se realizó millones de veces en todo el mundo y transformó la atención oftalmológica y la práctica clínica diaria de la oftalmología.
Úlceras estomacales: y la bacteria encontrada gracias a las Pascuas
La bacteria H Pylori reside en el estómago y es la causa de las úlceras estomacales. Se estima que más de 4.000 millones de personas están infectadas con H. pylori.
Hasta que se descubrió que las úlceras estaban causadas por esta bacteria, la sociedad médica y científica creía que se debían al estrés y la ingesta de determinados alimentos. Si bien estos factores pueden empeorar las úlceras, no las causan.
En 1928, Marshall y Warren lo demostraron y lo hicieron gracias a una casualidad.
Ambos estaban estudiando las paredes del estómago y a varios enfermos con problemas gástricos.
Un fin de semana de Pascua dejaron las bacterias en el laboratorio durante más días de los previstos. Al regresar al laboratorio, Marshall y Warren encontraron una bacteria desconocida hasta entonces, que tenía un crecimiento más lento y con ella el motivo de las úlceras estomacales: la Helicobacter Pylori.
En un principio la comunidad rechazó la tesis, pero Marshall decidió tragarse la bacteria e infectarse con ella.
Poco después, aparecieron los síntomas de las úlceras estomacales y comenzó un tratamiento con antibióticos.
El descubrimiento fue considerado válido y en 2005, ambos recibieron el Premio Nobel en Medicina.
El trabajo sostenido y los esfuerzos de estos científicos y médicos, tuvo su golpe de suerte, pero siempre estuvo sostenida por el conocimiento y la perseverancia que caracteriza a la ciencia. Si bien la frase original habla de la inspiración, podemos adaptarla y pensar que la serendipia existe, pero nos tiene que encontrar trabajando.