El consumo de alcohol en jóvenes como epidemia de origen social

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Charlamos sobre el consumo de alcohol en jóvenes con Claudio Mate, psicólogo y especialista en políticas públicas para la prevención de la drogodependencia, diplomado en administración de Salud y en Salud integral del Adolescente, tiene una Maestría en Administración Sanitaria. En 2013 editó el libro “La epidemia impuesta. Alcoholismo infanto juvenil”. 


Nos encontramos con Claudio Mate para hablar sobre el problema de las adicciones en jóvenes. El licenciado Mate fue ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires (2005-2007) y Subsecretario de Atención de las Adicciones (2002-2005). Durante ese periodo, ideó y aplicó un conjunto de acciones que lograron reducir en más del 25% el consumo y abuso de alcohol en menores de edad. Diseñó y participó como director general en la puesta en marcha de la Agencia para la Prevención de la Drogodependencia en la Provincia de Chubut.

Formó parte de la comisión de Discapacidad en la Cámara de Diputados de la Nación, fue secretario de Investigación en la Universidad Atlántida Argentina (2013 – 2019) y asesor en el Honorable Senado de la Nación (2011 –2019)

Desde 2019 es asesor de la Presidencia,

Vamos directo al centro de la cuestión ¿Qué es la epidemia impuesta?

El título, obviamente, como todo título busca una provocación. Pero intenta explicar cómo haciendo un paralelismo entre lo que viene sucediendo epidemiológicamente con el alcoholismo, sobre todo en los menores y un conjunto de decisiones comerciales, se produce una expansión del consumo. Es decir, no hay un fenómeno genético de mi generación con relación a la de mi hijo que puso algo en él que lo llevó a empezar a consumir alcohol de una manera distinta a la de mi generación. No es genético, no es natural. Entonces por un lado es una epidemia y por otro lado la palabra impuesta es la provocación a pensar que no hay un cambio de matriz cultural espontáneo. Hay en el medio una poderosísima decisión de hacer crecer el consumo de alcohol en un mercado en donde antes no estaba. Y ese es un lugar, un sector del mercado que todo el mundo protege. Todo el mundo, incluso el capitalismo más rabioso protege al menor. Y Argentina no lo protegió. Acá no hubo pautas durante mucho tiempo hasta que empezaron con las leyes del kiosco, el poli rubro, las estaciones de servicio. Entonces: la parte comercial, la parte publicitaria y otra parte que se discutió que es el precio.

El mundo protege al menor del low tar porque es la trampa y el señuelo para que empiecen a consumir tabaco, alcohol, lo que fuera.

¿Cuáles serían los pilares de esta imposición?
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Para ser muy esquemático, el problema de la droga hay que mirarlo desde el punto de vista de la oferta o disponibilidad. Ahí hay una cuestión de las estrategias y los lobbies que hay de un lado y del otro de las drogas, las legales y las ilegales también. Después por otro lado, está la vulnerabilidad social, es decir cuánto hay de resistencia en lo cultural, en lo social, en todo el acervo con el que nuestros hijos son educados en la sociedad en la que vivimos para resistir esto y los valores. Y la tercera esfera -que más que una esfera es más como un contorno de todo esto- que es la tolerancia social a que un niño esté alcoholizado en una guardia de un hospital, que eso nos vaya dejando de alarmar.

Los padres que dicen “no, yo organizo la previa en mi casa porque así los miro”, y se transforman en proveedores. Hemos perdido esos niveles de resistencia o resiliencia, como se llama más técnicamente, en la sociedad. Es un conjunto de las tres cosas. No es una sola. El libro apunta a esto.

¿Cómo se hace para que los jóvenes sean resistentes a esta realidad, cuál es el cambio necesario?

Yo creo que la política que tengamos con el alcohol va a ser determinante de la que le siga a las otras drogas, eso también lo digo en el libro. No porque exista una relación o una asociación de moléculas químicas entre el alcohol y la marihuana y la marihuana a la cocaína y la cocaína a otra cosa.

Hay patrones culturales: cuando un chico no puede ir a bailar si no está alterado por el efecto del etanol, ha perdido la posibilidad de divertirse (voy a decir una bestialidad) en base a adrenalinas, dopaminas, endorfinas y todo lo que todos tenemos en la cabeza y nos hace disfrutar de una fiesta, bailar o simplemente acercarse a una chica o un chico o lo que a cada uno le guste; cosas que no eran un mediador químico externo, era la propia química. Hoy necesitan el mediador químico. Entonces eso es la puerta de entrada a la drogodependencia. Es el comportamiento, es decir “yo ya no puedo disfrutar de esto si no estoy químicamente alterado”. Y una vez que se activa, se entra en un circuito un poco más difícil de explicar, que es el fenómeno de tolerancia: para sentir lo mismo, se necesita más o algo más fuerte o algo que pegue más, ese es el camino, no el peldaño de sustancia a sustancia. Cuando se habla de puerta de entrada no se habla de sustancia a sustancia sino de puerta de entrada de actitud, digamos.

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¿Las familias tienen un rol en todo esto?

Sí, uno importantísimo. Si la familia realmente prende las alarmas, las alertas, si conversa, si tiene sus valores, puede cambiar todo… Hay un denominador común en esas familias, nosotros lo hemos visto, en la provincia donde manejábamos cerca de 200 centros de tratamiento.

¿Es transversal socialmente?

Sí, en términos de prevalencia el consumo de drogas es igual en todos los sectores sociales. Y hay valores o dinámicas o vínculos familiares que más allá de los sectores sociales se repiten. Pero hay que poner una alerta, porque, por ejemplo, en el caso de la marihuana, no es lo mismo fumar marihuana en Caballito que en González Catán. En primer lugar, porque los usos de la marihuana son distintos. En Caballito vas a encontrar un uso más recreativo (aunque el término no me gusta) y en cambio en la villa, vas a ver un uso más evasivo. Y en segundo, por el efecto en sí de la marihuana. La marihuana sirve para bajar la actividad neurológica (por eso se usa en epilepsia). Y bajar esa actividad en Caballito es una cosa, pero hacerlo en González Catán donde el chico tiene una escuela de baja calidad educativa, donde no tiene clases 3 de los 5 días de la semana es otra. No es lo mismo estar cuatro cambios más abajo ante esa oferta educativa que en el otro caso.

El consumo de marihuana tiene sus consecuencias en el sistema educativo. La marihuana nunca se va a notar en el sistema de salud como la cocaína o el alcohol, no viene al hospital el pibe con marihuana. El problema de la marihuana ve en las escuelas y especialmente en esos barrios. La droga juega un rol totalmente distinto en la pobreza.

¿Qué puede hacer una familia para que un adolescente pueda decir que no?

Primero hay un tema, si se quiere ideológico. Cada familia se tiene que preguntar si le importa o no que su hijo consuma drogas. Porque si no le importa, no hay nada para decirle.

Hoy el único negocio que no está en manos de la economía formal capitalista son las drogas y ya no ven razón para que siga siendo así. Lo único que liberaría eso es levantar las prohibiciones, entonces hay una presión muy grande, lobbies muy grandes y un trabajo comunicacional muy fuerte sobre la sociedad para que crea que no hay ningún riesgo en que sea una mercancía más como cualquier otra de libre venta y acceso. Ya hay familias que sostienen eso, entonces no habría mucho que hablar con ellos.

Pero, incluso los que piensan eso, deben saber que, así como la evidencia científica tardó 60 años en perforar el lobby de las tabacaleras, nos va a llevar muchos años y gran dolor para muchas familias perforar el blindaje de la droga. Si le preguntamos a cualquier pibe o a cualquier padre qué hace la marihuana, no lo saben. “Cura, es buena para la artrosis, es menos nociva que el cigarrillo”, hay un conjunto de creencias que tienen que ver con la información que reciben los chicos.

Entonces lo primero que tiene que suceder fuertemente, es que la ciencia, especialmente la medicina, logre romper ese lobby y que cada padre se informe con fuentes confiables y científicas. Una vez que tengan un mínimo nivel de alerta y de alarma, yo ahí creo que no es una charla lo que te saca del lugar de riesgo, sino cómo lleves las cosas. Es decir, hay que tener una transmisión de valores de toda la vida que pasa más por el ejemplo que por lo que se les dice a los chicos.

Es un esfuerzo muy grande, es una lucha de una contra cultura. Los ejemplos son muy importantes. Hay que demostrarles a los hijos que uno se divierte con los amigos sin necesidad de estar dado vuelta… No es necesario ser abstemio, se puede tomar un vino con un asado o unas cervezas con unas pizzas pero que no estén dados vuelta.

Después hay cosas más profundas en una casa, como decimos en el libro. Y aparecen en todas las familias adictivas.

Por un lado, roles confusos: no se sabe quién es quién, ni quién hace qué, una dispersión absoluta. No hablo de roles de género, sino de roles de quién es el adulto en la casa.

Hoy a toda mi generación le cuesta muchísimo, porque también hay otra cosa a la que estamos impelidos, que es a la juventud eterna, entonces nos apendejamos completamente, nos achupinados los pantalones, nos hacemos cortes de pelo, y no hay dialéctica entre generaciones.

Nuestra generación se peleó mucho con sus padres. Y eso nos generó cierto núcleo de rebeldía. Yo odiaba los trajes cerrados o la gomina en el pelo, lo que significaban los signos de la generación de mi padre. Y hoy le debo una dialéctica del crecimiento que por ahí los chicos ahora no tienen: sus madres van a la misma peluquería, se compran la ropa igual, los padres lo mismo con sus hijos.

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Los padres creen que tienen un buen diálogo con sus hijos porque apendenjan su manera de hablar y de dirigirse a ellos, ahí hay también un factor de riesgo, cuando el padre o la madre no son adultos, no cumplen los roles de padres.

Se hacen amigos de sus hijos, yo creo que es un gravísimo error. Lo mismo pasa con las maestras que se quieren hacerse las populares… Nada de esto implica la distancia atroz que había antes. Tiene que haber una distancia y un contacto, pero contacto como padre o como madre. Que sientan que tienen la posibilidad de hablar sobre el abanico más ancho de temas. No forzarlos a hablar. Los padres se tienen que ir ganando una confianza para que ellos sepan que, ante cualquier tema, tienen no un amigo, sino un padre para hablar.

Entonces, los roles. Por otro lado, las normas y las pautas. En toda casa debe existir un ritual de cosas determinadas que se cumplan. Normas que no dependan del humor: “hoy me agarrás bien, así que hacé lo que ayer no te permití” Debe haber cosas fijas.

Y otra cosa importante es poder transmitir lo que es un hijo para uno. Ser cariñoso, decirle que lo querés, que estás orgulloso, que se sienta querido en la casa.

Estoy juntando datos coloquiales, pero que están perfectamente sistematizados en miles de historias clínicas o historias de vida de chicos que terminaron en centros de rehabilitación. ¿Cómo es la familia de esos chicos? Estoy nombrando comunes denominadores de la vida de la que vienen: la falta de roles, normas, pautas y cariño.

Yo creo que todos los padres primero deben estar realmente preocupados. Yo hoy percibo que hay una parte importante, sobre todo en la clase media urbana, porteña, en el interior no es tanto… Creo que hay todo un sistema de alarmas que están más activados en el interior que en Rosario, Buenos Aires o Córdoba.

Usted diferencia el adolescente alcohólico del que vuelca el fin de semana ¿Existe el adolescente que necesita tomar todos los días como un alcohólico?
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Sí, existe, pero a nivel caso. Lo que existe y no debería existir es el adolescente menor de 18 que toma. Hay en general, como perfil, más que un chico alcohólico, chicos que hacen lo que se llama “uso farmacológico del alcohol”, que es un uso generalizado en nuestros chicos y que es tomar alcohol como una medicación. Se medican con alcohol, no toman alcohol. En el sentido que “hoy voy a bailar o tengo esta reunión y voy a tomar una medicación que se llama etanol en un ritual grupal que se llama previa”. Eso sí está instalado, no es el alcoholismo en sí, no es el alcohólico al que le tiemblan las manos. No sé dentro de 20 años qué irá a pasar.

¿Qué falta en políticas públicas?

Yo creo que una cosa muy importante sería un gran acuerdo sobre el mensaje, me parece que no hay un mensaje claro y que las políticas públicas tienen que tenerlo. Debemos partir de tener un mensaje claro y una definición clara sobre si esto es un problema o no (lo mismo que aplica a los padres aplica al Estado).

Hay que empezar a trabajar sobre lo único que se ha demostrado en evidencia internacional que sirve, que es actuar sobre las percepciones de riesgo y los niveles de alarma, que en nuestros jóvenes están derrumbadas. O sea, trabajar fuertemente en eso y hacerlo donde se genera un contacto del Estado con el conocimiento de la persona que es la escuela.

Habría que recuperar (si bien la salud juega un rol muy importante) el tema social. Hay cosas sobre las que no puede operar el sistema de salud, hay cosas sobre las que tiene que operar el sistema educativo e incluso también hay cosas sobre las que tienen que operar los sistemas de discusión para determinar cuál es el rol del Estado si se considera a las drogas como una mercancía, para regular su circulación. Porque no podemos no meternos, ignorar que detrás de lo que le pasa a nuestros hijos hay un negocio.