
Son muchos y muy importantes los beneficios de comer en familia y se multiplican y potencian cuando las pantallas no se sientan a la mesa.
Algo bueno sucede en una casa cuando se escucha ¡A comer! llamando a todos los integrantes de la familia a sentarse a la mesa para compartir algo más que alimentos.
“La comida rica, sana y nutritiva se convierte en tal cuando es ofrecida y recibida en el contexto de reciprocidad, de afecto y de respeto que proporciona la familia, afirma María Fernanda Rivas, Licenciada en Psicología, psicoanalista, especialista en parejas y familias. Coordinadora del Departamento de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina y autora de los libros “La familia y la ley. Conflictos y transformaciones” y “Familias a solas”.
Los ritmos que imponen los horarios de alimentación compartida con otros también contribuyen al equilibrio psicobiológico que es fundamental en el desarrollo de niños y adolescentes. El ser llamado a la mesa, tener un lugar asignado en ella y ser acompañado en el acto de alimentarse, se asocia a la percepción de sentirse amado y alojado”.
Comensal: la mesa con
La palabra comensal se forma a partir de la preposición latina cum (con, en compañía de, de manera participativa) y el vocablo latino mensa del que proviene la palabra mesa.
La acción de compartir alimentos se denomina comensalidad.
“El antropólogo Levy Strauss interpretó el cambio de ingerir alimentos crudos a cocidos como indicador de la transición de la condición puramente biológica a la social, nos cuenta la Lic. Rivas.
El control del fuego le permitió al hombre cocinar los alimentos, acción que debió desarrollarse en el hogar. Es decir, que la invención del hogar coexistió en la historia con la necesidad de cocinar los alimentos”.
Comer juntos trasciende lo que comemos, nos da la oportunidad de conversar, intercambiar pensamientos e ideas y escucharnos.
En los últimos años, diversos estudios demostraron el valor que tiene este momento en común, especialmente en la era de las pantallas.
“Se considera que la comida tiene también una función social, agrega la Lic. Rivas. Cocinar y compartir alimentos fomenta las relaciones sociales y amistosas. En la antigüedad se sellaban acuerdos entre grupos oponentes mientras estos comían juntos.
La ritualización de las comidas llevó a que se crearan utensilios para comer y se establecieran modales. Se constituyó un sistema de tabúes en su uso diseñado para asegurar que la violencia quedara fuera de ese acto, dado que, antiguamente, los utensilios podían ser utilizados como armas.
Comer juntos con ciertos modales es una forma de sublimación de la agresividad”.
La mesa analógica

Nadie duda de la utilidad de la tecnología, de su capacidad para mejorar nuestras vidas. Sin embargo, como casi todas las cosas, es necesario encontrar la justa medida. Su uso excesivo puede perjudicar la comunicación de las personas. Por eso es importante encontrar momentos para la conversación cara a cara y sin interferencias del mundo exterior que genera una mejor conexión de la familia promoviendo la intimidad y el acercamiento entre los miembros.
En ese sentido, la mesa familiar se convierte en un lugar privilegiado. Comer en familia trae una gran cantidad de beneficios, pero todos dependen de que los miembros de esa familia puedan mirarse, prestarse atención y entablar una conversación sin interrupciones. Algo que se hace difícil si las pantallas llegan a la mesa.
“Puede proponerse como momento para separarse de los dispositivos o pantallas y fomentar el diálogo y la interacción, dice la Lic. Rivas. Como decía anteriormente, poder mirar y escuchar al otro, a la vez que ser mirado y escuchado. Que la familia pueda nutrirse de ese breve, pero necesario momento cotidiano, que puede incluir planear el menú, prepararlo o conseguirlo y participar de la sobremesa y el orden posterior”.
La familia sana en la mesa
La comida familiar es el momento en el que se reúnen todos o casi todos los miembros de una familia para compartir una comida especialmente preparada. Es un punto de encuentro en la vida familiar diaria y es fundamental para crear cohesión.
“Se estima que la primera comunidad que se estableció en torno a la comida fue la familia cuando se creó el hogar, como espacio en el cual tenía lugar la preparación de alimentos, relata la Lic. Rivas. Compartir alimentos dentro del hogar también respondía a una necesidad primitiva de seguridad ante los posibles ataques de otros grupos.
La invención de la mesa fue de suma importancia, ya que el ritual de la comida implicaba que toda la familia se reuniera frente a frente alrededor de la mesa. Comer juntos fue convirtiéndose en un ritual que representaba los mejores momentos de la vida familiar, de la capacidad de dar, de compartir y de convivir armoniosamente, por lo menos en esas ocasiones”.
Los beneficios están servidos

Sentarse a compartir la mesa, a vivir ese momento como hábito trae muchos beneficios a toda la familia, pero sobre todo a los niños.
Una investigación difundida en el Journal of Child Language analizó a 80 niños estadounidenses. Los resultados revelaron que las comidas familiares eran una fuente esencial para que los más chiquitos conocieran el significado de las palabras. Además, esta costumbre se correlacionaba con la aparición de términos poco habituales para niños entre 3 y 4 años.
En la misma línea, otro estudio de la Universidad de Montreal, difundido por el medio Science Daily en 2018, determinó que un grupo de niños de 6 años cuyas familias se reunían a comer habitualmente, desarrollaban mejores habilidades comunicativas a lo largo de su infancia.
“Además de la salud y el estado físico general, la interacción social y las discusiones sobre temas actuales en la mesa pueden hacer que los menores se comuniquen mejor”, señaló Linda Pagani, profesora de psicoeducación de la Universidad de Montreal y autora principal del estudio.

“La hora de la cena puede ser un momento de encuentro familiar, de mirarse (no es lo mismo ver que mirar) y de escucharse (no es lo mismo oír que escuchar) de compartir experiencias del día a día”, agrega la Lic. Rivas.
La seguridad que ofrece compartir la mesa en familia con regularidad puede ayudar a los niños y adolescentes a sentirse más seguros de sí mismos».
Por otra parte, la comida familiar favorece, además, la adquisición de los hábitos y conductas alimentarias. Les ayuda a explorar nuevos alimentos, a conocer recetas que conforman una tradición y cultura y contribuye a mejorar su alimentación.
“Comer en familia contribuye no solo a un buen estado nutricional -sobre todo para niños y adolescentes-, sino a una mejor calidad de vida, explica la Lic. Rivas. La comida casera, preparada con amor por un miembro de la familia tiene un efecto cualitativamente positivo en el equilibrio psicofísico de los integrantes de la familia.
El clima familiar positivo (de armonía, afecto, disposición a comunicarse y a compartir), tanto como el negativo (de angustia, enojo, stress, apuro, indiferencia) inciden notablemente en la forma en la que se digieren los alimentos y en la disposición o no a repetir los encuentros.
Muchas alteraciones alimentarias cómo la obesidad, la bulimia o la anorexia, el desinterés por la comida tienen parte de su origen en déficits de estas funciones del comer en familia”.
Una costumbre que nace en la infancia
Distintos artículos del Stanford Children’s Health, un sistema de salud especialmente dedicado al cuidado de los niños, remarcan la importancia de compartir la mesa familiar desde temprana edad.
“La etapa de la lactancia y la de los primeros años de vida requieren de la dedicación exclusiva de uno de los padres. Se desarrolla de forma lúdica y permitiendo al niño que se enchastre con la comida, de manera que también sea una experiencia sensorial, afirma la Lic. Rivas. La comensalidad se logra cuando los niños adquieren una relativa capacidad de utilizar los utensilios y mantenerse sentados, esperar su turno si hay otros hermanos, etc. Se estima que esto sucede alrededor de los 4 o 5 años
Es conveniente que compartir la comida familiar sea una costumbre en la que los niños puedan participar tan pronto como estén en condiciones de ocupar un asiento en la mesa y adquirir cierta autonomía en la alimentación.
Lleva tiempo y paciencia poder construir el ritual de compartir en familia una comida, que cumpla su función -además de alimentarse adecuadamente- de encuentro, comunicación y acompañamiento.
Pero es importante que este objetivo no se pierda, a pesar de las dificultades y cambios derivados de las etapas del ciclo vital familiar.
La adolescencia es la etapa en la que los hijos demoran en acercarse a comer cuando se los llama. Requieren de varios llamados porque les cuesta abandonar su mundo, pero, paradójicamente, necesitan saber que tienen su lugar en la mesa y que se los espera, señala la Lic. Rivas.
La comida casera o por lo menos la que es planeada y servida con amor, tiene un gran valor, ya que representa también alimentarse de afecto, recibir valores familiares, ayuda y compañía incondicional.
Acompañar deriva de compartir el pan, antigua costumbre cuyos sanos resabios aun conservamos. Por todos estos motivos, compartir la mesa familiar es uno de esos mágicos momentos que es conveniente defender y conservar, para que no sean arrasados por la tendencia a la inmediatez (lo rápido y fugaz) propia de esta época.
Si se logra transmitir y sostener que el momento de la comida no es un trámite o una mera recarga de combustible, sino un tiempo de calidad para estar juntos, el ritual tendrá valor y sentido. Y podrá transmitirse de generación en generación” finaliza la especialista.