El robo de La Gioconda y la amistad de dos artistas

El robo de la Gioconda marcó dos hitos: el comienzo de su fama y el final de la amistad de Picasso y Apollinaire. 


Una de las obras de arte más famosas del mundo sonríe de manera enigmática detrás de varios cristales en el Museo del Louvre ante los flashes de las cámaras fotográficas. Aunque muchos nos encontramos con una obra más chica de lo que esperábamos (mide apenas 77 x 53 cm) su sonrisa enigmática y esa mirada que sigue a los visitantes para encontrarse con sus ojos, resultan cautivadoras, en parte por la gran fama de la obra.

Lo que pocos saben es que parte de esa fama, la ganó mientras estaba fuera del museo. El 20 de agosto de 1911, un guardia del Louvre notó la ausencia de la Mona Lisa, pero no la denunció porque pensó que la habían llevado a una sesión de fotos. Un día después, las autoridades del museo supieron que, en realidad, la obra había sido robada.

 La paradoja

Hasta aquel día, La Gioconda era una obra importante pero no tenía la fama que tiene hoy. Paradójicamente, tras el robo, los visitantes se multiplicaron en un verdadero aluvión de visitas.

La gente no se acercaba para ver la colección de arte, sino para contemplar el espacio vacío que había quedado en la pared del Salón Carré debido a la ausencia de La Gioconda. Los responsables del Louvre estaban emocionados por la gran cantidad de visitantes que se acercaban al museo, pero, al mismo tiempo, se sentían humillados por haber sido burlados. La obra de Da Vinci tenía que aparecer.

La Mona Lisa se convirtió entonces en un auténtico ícono popular, reproducido hasta el infinito y en los lugares más insólitos y su fama aún perdura, incluso entre los artistas.

Al escándalo le sucederían 2 años y 111 días de incredulidad y vergüenza: durante todo ese tiempo, el paradero de la Mona Lisa fue un absoluto misterio.

 Investigaciones

el robo de la Gioconda
El ladrón que logró burlar la seguridad del Louvre protagonizó un delito que conmocionó al mundo. Muchos hablaron de este como “El robo del siglo”, pero poco después, la historia quedó eclipsada por el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914.

El museo cerró sus puertas por varios días, hasta el 29 del mismo mes, para investigar la desaparición del cuadro de Da Vinci. Pronto la policía señaló a dos sospechosos. Nada más y nada menos que el poeta Guillaume Apollinaire y el pintor Pablo Picasso.

Un hecho sucedido cuatro años atrás los convertía en los principales blancos de la investigación. Un amigo que ambos artistas tenían en común, llamado Joseph Géry Pieret había robado dos estatuas ibéricas del museo parisino. Esas reliquias terminaron en el taller del pintor del Guernica, que en ese momento estaba pintando sus Señoritas de Avignon, y estaba maravillado por el arte antiguo y primitivo. Tal como lo cuenta la Historia del Arte, con la ayuda del autor de los Caligramas, Picasso adquirió las piezas por 50 francos, aun sabiendo que su origen era ilícito.

Después del robo de La Gioconda, los jóvenes quisieron deshacerse de las obras y hasta se plantearon tirarlas al Sena, pero Apollinaire intentó venderlas y así la policía se enteró de todo.

Ambos artistas, además, eran conocidos por sus discursos en defensa de las propuestas radicales del futurista Marinetti con respecto a la quema de los museos y la destrucción de sus obras para dejar paso a un arte nuevo.

Nada fue igual

Un mes después del robo de La Gioconda, la policía interrogó y encarceló durante dos días a Apollinaire. Algo debió decir el poeta, pues poco después la policía fue a buscar a Picasso a su casa.

Muerto de miedo, el joven pintor no dejó de temblar en todo el trayecto a la comisaría. En el interrogatorio, el artista fue todo lo colaborador que pudo. La tensión subió cuando la policía trajo a su amigo Apollinaire. Según cuentan, el juez le preguntó si conocía a Apollinaire, y en un acto de cobardía, Picasso respondió: “Nunca he visto a este hombre”.

Casi medio siglo después, en una entrevista con el cineasta de arte Gilbert Prouteau, Picasso habló sobre los hechos ocurridos en 1911 y admitió con dolor “Al decir eso vi la expresión de Guillaume cambiar. La sangre bajó de su rostro. Todavía estoy avergonzado…”

Los dos artistas salieron libres, el cubismo al fin triunfó y Picasso se fue convirtiendo poco a poco en el artista más grande de esos años, pero ni la amistad de los cubistas ni la fama de La Gioconda volvieron a ser las mismas.