Leer es un viaje. La frase es un lugar común, es cierto, pero no por eso deja de ser verdadera. Libros, ciudades y escritores se convierten en guías emocionales para recorrer el mundo y bien vale armar un itinerario por gustos literarios o recurrir a ciertos autores antes de viajar a una determinada ciudad.
Por Tomás Balmaceda
Ítalo Calvino y Las ciudades invisibles
En «Las ciudades invisibles» Ítalo Calvino reúne las supuestas ciudades que Marco Polo le va describiendo día tras día al rey de los tártaros, Kublai Kan, quien parece hechizado por sus cuentos. “No es que Kublai Kan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores”, escribió el italiano, mostrando que la fuerza de un buen narrador puede incluso doblar la voluntad del hombre más poderoso del planeta.
De ciudades y plumas
En ocasiones, el vínculo entre una pluma y ciertas latitudes se vuelve permanente. Así, es imposible estar Praga sin pensar en varias ocasiones en Kafka y su universo o pisar Dublín sin evocar a Joyce, aun cuando uno jamás haya leído nada del irlandés.
Este sutil pero férreo enlace también funciona al revés: uno puede sentir que conoce Lisboa luego de leer a Fernando Pessoa o que sabe sobre París por las palabras de Cortázar. Es un hechizo doble, que nos hace viajar con los libros, pero también viajar por los libros, con numerosos turistas que dan vuelta el globo para poder vivir en carne propia lo que ya vivieron en su espíritu: el ritmo de la calle, el carisma de la gente y los secretos de los rincones escondidos de las ciudades.
La gran manzana de Paul Auster
Quizá el lazo más fuerte dentro de los escritores contemporáneos es el de Paul Auster con Nueva York, quien entre 1985 y 1987 publicó una antología de novelas policiales -” Ciudad de cristal”, “Fantasmas” y “La habitación cerrada”- que llamó la atención de millones de lectores en todo el mundo y que lo convertiría en uno de los grandes narradores estadounidenses vivos. Aunque la identificación entre él y la ciudad hoy es indivisible, Auster nunca fue un vecino de Manhattan, sino que nació en Newark, Nueva Jersey, y durante la década del 80 adoptó a Brooklyn como su lugar en el mundo.
En “Diario de invierno” el autor describe, con detalles deliciosos, cada departamento en el que vivió por la zona, explicando que su vínculo esa zona de Nueva York tuvo que ver más con el presupuesto que con su deseo pero que no por eso su amor no es menos genuino. Sin embargo, su obra en prosa y en poesía tienen a la Gran Manzana como mucho más que un simple telón de fondo es el escenario activo y transformador de la vida de los personajes.
Tokio by Murakami
Otra gran capital que tiene un enlace perpetuo con un gran escritor es Tokio. Sus calles, sus recovecos y sus secretos son revelados con maestría por Haruki Murakami.
El japonés sorprendió con “Tokio Blues” en 1987, contando una historia nostálgica sobre el crecimiento, la rebeldía y la adultez que tenía a la canción «Norwegian Wood» de Los Beatles como banda de sonido.
El suceso de la novela fue tal que el escritor recorrió el mundo y abandonó Japón para vivir en Europa y Estados Unidos, pero en 1995, luego del terremoto de Kobe y el ataque terrorista en el metro de Tokio, decidió volver a instalarse en su tierra para reconectar con el país y su ciudad. A partir de allí, se acrecentó su romance con Tokio, que se volvió protagonista. “After dark”, de 2004, muestra esquinas, habitaciones de hotel y bancos de la metrópolis nipona como una fotografía melancólica de la vida posmoderna.
Madrid es de Prado
Madrid también tiene quien le escriba. Entre todos sus autores, Benjamín Prado es el más versátil e inquieto de sus vecinos y el que más inspira a cualquiera a cruzar el océano y caminar sin rumbo y perderse por Lavapiés, Malasaña o La Latina, los barrios en donde viven y respiran sus personajes.
Sus novelas y poemas tienen tapas, cañas y aperitivos en terrazas y azoteas al sol, además de platos de callos a la madrileña o bacalao rebozado. “Las ciudades son el lugar donde uno pone los pies en el suelo. Y en mi caso, Madrid me ha dado sobre todo su luz y su otoño”, aseguró Prado en una entrevista, sin olvidar que es también la ciudad que le legó su amor por el fútbol y que le permite ver a Real Madrid contra Barcelona en el estadio Santiago Bernabéu.
Buenos Aires y Borges
Si hablamos de Buenos Aires, muchos turistas de todo el mundo llegan a la capital de nuestro país pensando en Jorge Luis Borges y su obra, pero muchos estudiosos se opondrían a afirmar que se trata de un vínculo necesariamente positivo: el escritor amaba y odiaba su tierra casi de la misma manera. Pero es cierto que para el autor de “El Aleph”, su originalidad no hubiese sido posible si no hubiese sido porteño: “Si hubiera nacido en cualquier parte… en Yorkshire, por ejemplo, que es un lugar más lindo que éste, no sería yo el que hubiera nacido allí, sino otra persona”, aseguró en una entrevista.
La inspiración que encontraba en estas latitudes era completa. El ensayo “Nueva refutación del tiempo”, por ejemplo, nació de una experiencia en una calle pobre de Palermo y la ciudad también aparece en sus poemas.
Una de sus zonas favoritas de la ciudad era Plaza San Martín, a la que le dedica un texto homónimo en su primer libro -”Fervor de Buenos Aires”, de 1923- en donde escribió: “Qué bien se ve la tarde / desde el fácil sosiego de los bancos / Abajo / el puerto anhela latitudes lejanas / y la honda plaza igualadora de almas / se abre como la muerte, como el sueño”. Sin embargo, el puerto que podía verse en los años 20, ya quedó totalmente escondido.
Buenos Aires también es de Arlt
Pero Borges no es el único nombre que está emparentado con la ciudad. Una vez que se leen las “Aguafuertes porteñas” -que comenzó a publicar Roberto Arlt en El Mundo desde 1928 hasta su muerte, en 1942- es imposible no pensar en su Buenos Aires tumultuosa, sucia y, sobre todo, muy viva.
El cruce de esta marginalidad con una modernidad galopante pero que termina siendo igual de cruel está en la base de “Los siete locos”, que tiene mucho de la propia experiencia del autor. Una de sus obras más perfectas, “El facineroso”, tuvo un inicio real: el mismo Arlt, quien trabaja en el diario Crítica, atendió un llamado telefónico de 1928 en el que una mujer avisaba que pensaba matarse y que quería que un fotógrafo la retrataran muerta, así que daba detalles de su inminente suicidio para que se pudiera cumplir su última voluntad. Al parecer, la intensidad con la que viven los porteños los acompaña hasta la muerte.
Puig y los pueblos
No todos los vínculos entre escritores y ciudades necesariamente son con gigantescas capitales. Es imposible ignorar que Manuel Puig puso a la ciudad bonaerense de General Villegas, de sólo 20 mil habitantes, en el mapa latinoamericano.
El autor de “El beso de la mujer araña” fue quien mejor graficó aquello del infierno grande que se esconde en un pueblo, aunque en sus obras quizá por pudor rebautizó Coronel Vallejos. «La traición de Rita Hayworth» y «Boquitas pintadas» muestran todas las miserias humanas -desde el machismo a los chismes, de la vida secreta de las personas hasta las debilidades de las instituciones- con un ojo compasivo pero que no impidió que le valiera el enojo de sus coterráneos. Sin embargo, hoy la ciudad está ligada para siempre a Puig.
Y, al igual que lo pasa con Auster, Murakami o Prado nunca se sabe si es el escritor el que elige la tierra que quiere retratar… o es la misma ciudad la que encuentra en él su voz.