En promedio, los adultos de más de 65 años toman más de cuatro medicamentos de manera permanente. La polimedicación puede traer muchos problemas. Médico y paciente pueden trabajar juntos para evitar estos problemas.
Desde inicios del siglo XX hasta hoy, la esperanza de vida creció en unos veinte años en promedio en el mundo. Es cierto, cada vez vivimos más. Sin embargo, el aumento de edad tiene sus consecuencias, “los años no vienen solos” como dice el saber popular. El aumento de la edad suele estar acompañado por la aparición de enfermedades crónicas, que generan indicaciones de medicamentos.
El panorama suele incluir tratamientos para hipertensión arterial, niveles elevados de colesterol, diabetes, artrosis, osteoporosis, síntomas digestivos, entre los más frecuentes. A estos se suman los psicofármacos indicados en los cuadros de ansiedad, depresión o insomnio, con el agravante de que éstos suelen prolongarse de manera indefinida más allá de la duración recomendada del tratamiento. Y tampoco podemos olvidar los medicamentos para la próstata, la aspirina diaria, los aerosoles para la EPOC, las gotas para el glaucoma, el complejo polivitamínico y los comprimidos para mejorar la memoria.
Las estadísticas son alarmantes: estudios realizados en Estados Unidos muestran que alrededor de la mitad de las personas de más de 65 años toma al menos 5 medicamentos diferentes, y que un 12% recibe más de 10 fármacos. Una investigación similar en nuestro país arrojó un resultado parecido con un promedio de 4,5 medicamentos por persona de esa edad.
Frascos, programas y costos
El resultado de estos estudios se ve en los botiquines repletos de frascos, blisters y cajas que deben combinarse en un programa diario nada fácil de recordar y cumplir. Lo recomendable es un esquema escrito y un pastillero con compartimientos para cada día de la semana, para mejorar la regularidad de los tratamientos, con la esperanza de obtener todo el beneficio posible de cada uno.
La realidad, sin embargo, es que el uso simultáneo de tantos fármacos ocasiona una multitud de problemas que afectan todos los aspectos de la terapéutica: reducción de la eficacia, aumento de las reacciones adversas y acentuación de las interacciones peligrosas entre los medicamentos. Un detalle no menor pasa por los costos de llenar este botiquín que son muy elevados.
La eficacia de los tratamientos
Una de las primeras cosas que hay que constatar es si las indicaciones médicas están actualizadas. Aunque parezca insólito, es muy habitual ver que muchos fármacos no superan esta simple prueba. Suele suceder, por ejemplo, que un problema de salud esté resuelto y sin embargo se siga administrando el medicamento. Un caso típico es el uso indefinido de los medicamentos para la acidez estomacal que deben usarse por 4 a 12 semanas para tratar úlceras o gastritis y quedan como permanentes.
Otro caso paradigmático es el uso de las benzodiacepinas, los tranquilizantes de uso más frecuente en todas las edades. Aunque la duración recomendada del tratamiento es sólo de algunas semanas, se produce un rápido acostumbramiento a sus efectos y la consiguiente aparición de síntomas de abstinencia cuando se intenta reducir la dosis. Estos síntomas se interpretan erróneamente como señal de persistencia del problema original, y en consecuencia se mantiene indefinidamente la medicación.
También debe evaluarse la necesidad y conveniencia de mantener un medicamento de largo plazo (como puede ser la estatina para bajar el colesterol) en un cuadro clínico en el cual el paciente sufre una enfermedad de mal pronóstico.
Ocurre también con cierta frecuencia que se administran medicamentos de dudosa o nula eficacia (como muchos productos para la artrosis, los trastornos de memoria, los protectores hepáticos, los tónicos y tantos otros) junto a medicamentos vitales para el paciente. El resultado puede ser una reducción en la adherencia de medicamentos útiles, la aparición de resultados adversos e interacciones nocivas y por supuesto, los gastos innecesarios.
Efectos adversos
Todo medicamento puede producir reacciones perjudiciales, que a veces son parte de su mismo mecanismo de acción como la somnolencia durante el día en un tranquilizante y otras resultan impredecibles, propios de cada individuo como la reacción alérgica a un antibiótico.
En el caso de los adultos mayores, el riesgo es más alto. Por un lado, porque están expuestos a mayor número de medicamentos y por otro, porque son más sensibles a sus efectos adversos, por los cambios propios del envejecimiento. Para complicar las cosas, estos efectos adversos son tratados con nuevos medicamentos, generando las llamadas cascadas terapéuticas. Por ejemplo, el paciente toma un antiinflamatorio para el dolor articular que le produce hipertensión arterial, y se le indica un antihipertensivo; o recibe un tranquilizante que le produce rigidez en los movimientos (un efecto parecido al de la enfermedad de Parkinson) y es tratado con antiparkinsonianos; o utiliza un diurético del tipo tiacida para la hipertensión que le aumenta el ácido úrico en sangre y se agrega tratamiento para la gota. En algunos casos el efecto adverso inicial no es interpretado como tal y en lugar de disminuir o suspender el fármaco culpable se aumenta todavía más la lista de remedios.
Puede ocurrir que la acción habitual de un medicamento empeore los síntomas de los otros problemas de salud del paciente. Por ejemplo, los anticolinérgicos son fármacos que relajan el músculo liso y alivian así los dolores de tipo cólico intestinal; son de uso muy frecuente tanto por indicación médica como autorrecetados. Pero como relajan también el músculo liso de la vejiga pueden producir una retención aguda de orina en ancianos con problemas prostáticos, que en algunos casos requerirá la colocación urgente de una sonda. Además los anticolinérgicos utilizados para los síntomas digestivos pueden empeorar el cuadro de demencia o reducir la eficacia de su tratamiento, ya que varios de los fármacos utilizados en la enfermedad de Alzheimer actúan potenciando la actividad de la acetilcolina cerebral.
Hay una regla simple para intentar no cometer estos errores en la atención de los adultos mayores: frente a cualquier nuevo síntoma, preguntarse siempre si no puede ser producto de los efectos adversos de un medicamento.
Interacciones entre medicamentos
A los ejemplos de interferencia los fármacos se suma el peligro de las interacciones que aumenta en forma exponencial con el número de medicamentos. Esto hace muy difícil recordarlas todas y obliga al médico a chequear las fuentes de información farmacológica, hoy disponibles en la computadora o a través del teléfono celular. El problema se complica cuando actúan profesionales de diversas especialidades sin una adecuada coordinación, y cada uno indica nuevos tratamientos sin tener en cuenta el listado completo que el paciente utiliza, sus posibles interacciones o incompatibilidades. Por eso es recomendable que el adulto mayor lleve siempre consigo una lista actualizada de todos los medicamentos que recibe, tanto los recetados por los médicos como los que toma por su cuenta, y la presente ante cada nueva intervención profesional.
La interacción entre medicamentos puede neutralizar los efectos benéficos, y también puede potenciarlos en forma perjudicial. Así, por ejemplo, un antihistamínico recetado por una reacción alérgica en la piel sumará su efecto sedante con el del tranquilizante usado para la ansiedad, y puede producir un síndrome de confusión aguda o una caída. Otro caso típico es la combinación de medicamentos antihipertensivos con el fármaco que facilita la micción en ancianos con hipertrofia de la próstata que puede producir una hipotensión y un eventual síncope.
Un precio demasiado alto
Aunque los sistemas de seguridad social financian parcialmente el costo de los medicamentos, el gasto de bolsillo que implican representa un problema significativo para la mayor parte de los adultos mayores. El número creciente de problemas de salud se acompaña de un aumento de la cantidad de fármacos recetados, justo en el momento de la vida en que los ingresos económicos se reducen. En este contexto, es imprescindible evitar el uso de medicamentos innecesarios, elegir las alternativas terapéuticas de precio más conveniente y aprovechar en beneficio propio la dispersión de precios entre marcas de un mismo fármaco.
Un laberinto con varias salidas
Esta no es una situación sin salida. Hay muchas cosas que las personas de edad avanzada y quienes cuidan de ellos pueden hacer para potenciar los beneficios y reducir los riesgos de tomar medicamentos. Lo primero y más importante es tomar los medicamentos según las indicaciones y mantener la comunicación con los profesionales de la salud es esencial para evitar problemas y promover la buena salud.
Luego, hay ciertas medidas que permiten conocer los fármacos y los trastornos que están siendo tratados:
- Mantener una lista de todos los medicamentos que se están tomando, incluyendo los medicamentos sin receta médica y los suplementos, como vitaminas, minerales y plantas medicinales.
- Saber por qué se toma cada medicamento y los efectos que se le suponen.
- Saber qué efectos secundarios puede tener cada medicamento y qué hacer si se producen.
- Saber cómo tomar cada fármaco, incluyendo a qué hora del día se debe tomar, si se puede tomar con alimentos o al mismo tiempo que otros medicamentos, y cuándo dejar de tomarlo.
- Saber qué hacer si se olvida una dosis.
- Anotar la información acerca de cómo tomar el medicamento o pedir al personal médico, de enfermería o farmacéutico que lo ponga por escrito (porque dicha información puede olvidarse con facilidad).
- Elaborar una lista de todos los trastornos que se sufren.
La colaboración del médico con el paciente, pero también del paciente con el médico es fundamental, lo ideal es:
- Llevar todos los medicamentos que se estén tomando a las visitas médicas.
- Consultar periódicamente la lista de fármacos que se están tomando y la lista de enfermedades con el médico, para garantizar que los fármacos son correctos y siguen siendo necesarios.
- Consultar al médico antes de tomar cualquier medicamento nuevo, incluyendo los medicamentos sin receta médica y los suplementos.
- Comunicar al médico cualquier síntoma que pudiera estar relacionado con el uso de un fármaco (como síntomas nuevos o inesperados).
- Si acude a más de un médico, conviene asegurarse de que están informados de todos los fármacos que el paciente esté tomando.
Se considera que un paciente está polimedicado cuando de manera habitual toma más de cinco medicamentos, aunque el tratamiento sea adecuado.
En estos casos existen alternativas como la revisión de la medicación, para verificar si el camino sigue siendo el correcto, y la eventual deprescripción. Se sabe que la reducción de determinadas clases de medicamentos (detallados en los criterios de Beers y STOPP, entre otros) puede disminuir los eventos adversos y mejorar la calidad de vida.